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Enrique de Diego

El discurso de la amnesia

Desconocía que las urnas produjeran un efecto de amnesia colectiva o que el fracaso de las expectativas lo fuera de la realidad y estableciera un juicio moral. Con tales criterios, absurda hubiera sido toda lucha contra los totalitarismos; bien estaban los disidentes en las clínicas psiquiátricas. Quizás a estas alturas resulte improcedente recordar que Adolfo Hitler llegó a los campos de exterminio a través de los formalismos democráticos.

Sorprendente resulta no sólo el análisis irreal de los resultados, también la idílica edulcoración del panorama vasco. De pronto, San Sebastián no es Salamanca, sino la Arcadia feliz. Ni ha habido asesinatos de representantes políticos, ni hay miedo en el País Vasco, ni se impone el pensamiento único nacionalista en pueblos y barrios: si en El Goyerri el PP nunca presenta candidaturas no es porque no pueda sino porque no le da la gana, pues todo el mundo está dispuesto a morir por una concejalía. Entrañable resulta que se hable del Rh, se diabolice a los españoles como “emigrantes” y se proclame la identidad de fines con una banda terrorista. Tales cuestiones han sido inventadas por las víctimas, por los perseguidos, para justificar una política de “confrontación”.

No sabíamos que Sabino Arana fuera uno de los padres fundadores de la democracia, más o menos el Hamilton vasco, con esas inocentes obsesiones por los apellidos o la negación de cualquier derecho, amén del sufragio, a los maketos. El discurso del método no es el de la racionalidad. Ya se sabe la pasión de Descartes por Esparta y la planificación legal por una sola mente, o sea, la dictadura. No es legítimo, como le sucede a Juan Luis Cebrián, sólo leer los títulos de los libros.

Por si es preciso borrar las huellas de las tumbas de las víctimas para que se pierda su memoria, y aun sostener que Estella nunca existió, pues todo ha sido una quimera –las lesiones de Gorka Landaburu son fruto de un accidente doméstico–, nos queda como signo de contradicción eso de Udalbiltza, que de seguro ha de interpretarse como una hartera maniobra de los constitucionalistas para buscarle tres pies al gato, pues nada más moderado y cohesionador que una institución de representación sólo nacionalista al marco de las instituciones legales y con cargo al presupuesto público. ¿Manifestación de pedigrí democrático? Sin duda, porque nada lo demuestra más que duplicar parlamentos.

Olvidemos, pues, las públicas denuncias sindicales de órdenes para inhibirse ante la kale borroka, pues a pesar de la transferencia de competencias del orden público, tal materia es obligación del Gobierno “de Madrid”. Y avergoncémonos de haber roto la unidad de los demócratas que con tanto esfuerzo recompusieron Arzalluz y Antxa en Estella/Lizarra. La culpa de todo la tiene José Luis López de la Calle, que ya está muerto. El PP, además, debe dejar de instrumentar el sufrimiento de sus muertos, cosa de suma gravedad, que lo empeora todo, como bien apunta este luchador de las libertades que es Juan Luis Cebrián, con tan desconocido pedigrí democrático.

Reescribir la historia es un ejercicio autoritario. Hacerlo con un pasado tan reciente resulta tan impropio como hacer comulgar con ruedas de molino. Empezando porque los resultados comentados son una ficción, quizás interesada. Nada de buscar consuelo en el hundimiento de Euzkal Herritarrok ni apuntar que sólo se ha producido un trasvase de votos hacia la coalición PNV-EA ¡Qué bien se ven los toros desde la barrera! ¡Desde los cómodos despachos de Madrid! ¡Desde el capitalismo salvaje! ¡Qué exquisita moderación en las moquetas! ¿Pero es que hay un conflicto en el País Vasco? ¿No será todo el fruto de la instrumentación de las denuncias del GAL?

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