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Con Gescartera a cuestas y con el debate sobre la sucesión de Aznar en marcha, el Partido Popular se distancia del PSOE. Lo de Zapatero no pasa de "efectillo”. La campaña —soterrada a veces y clamorosa otras— de la vieja guardia felipista contra el secretario general del PSOE tiene en la encuesta del organismo oficial munición de grueso calibre.

Lo que los guerristas y otros dinamiteros internos denominan con desprecio la “guardería”, no sólo no remonta sino que mengua. La buena valoración de Zapatero empieza a ser inquietante, parece cuando menos una broma: el político mejor valorado con un partido en bancarrota.

El secreto puede estar en la alta valoración que recibe en todo el espectro, incluidos los votantes del PP. Estos deben considerar que el socialista es una ganga y con él el poder popular está asegurado. Algo similar a la intensa simpatía que Felipe González sentía por Manuel Fraga hasta pretender instalarlo como jefe de la oposición.

En realidad, Zapatero ni tan siquiera se ha planteado reformar un partido quizás irreformable, ni ha abierto la renovación ideológica. Sigue en eso —de escaso recorrido— de “de nuevo, el socialismo”. El único consuelo es que no se conoce el heredero de Aznar, y a lo mejor frente al nuevo puede aspirar a algo más. El que no se consuela es porque no quiere.