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Enrique de Diego

El fracaso de la intolerancia

Una huelga general tiene escaso sentido en una democracia, donde los ciudadanos pueden mostrar sus preferencias por los programas políticos cada cierto tiempo. Si la izquierda no está de acuerdo con la reforma de los subsidios de desempleo debía llevar el debate a la campaña electoral. La misma convocatoria en sí es un fracaso de la izquierda española, en cuanto intento de obtener en la calle lo que se le hurta en las urnas. La agitación callejera, como forma de ocultar la falta de renovación de ideas, está resultando contraproducente de manera sistemática en las urnas europeas. Es notorio que esta huelga no sólo era de UGT y CC OO, de Cándido Méndez y un afónico José María Fidalgo, sino también de José Luis Rodríguez Zapatero –en su nueva estrategia de una de cal y otra de arena– y Gaspar Llamazares. Más la extrema izquierda y los antiglobalización.

Al margen de la inevitable guerra de cifras, hay datos objetivos como el descenso del consumo de energía, de un 23%, menor que en cualesquiera de las huelgas generales durante los gobiernos socialistas, que señalan un cierto fracaso del seguimiento. El tráfico en Madrid, por ejemplo, ha sido lo suficientemente intenso para detectar un día de conflicto, pero no lo que se entiende como una huelga general.

Ese panorama le ha permitido a Rodrigo Rato comparecer con una inusitada tranquilidad y con una sosegada autosuficiencia. Aunque no ha habido incidentes graves, esta ha sido la huelga de los piquetes y la intolerancia. Con modos de matonerismo se ha ejercido una especial presión sobre los comercios, que de manera muy mayoritaria habían decidido abrir sus puertas. A pesar de los piquetes, la normalidad de la jornada indica que la madurez de la sociedad no está por esas formas. Uno de los focos mayores de intolerancia son los sindicatos subvencionados, a pesar de que son los que utilizan más la palabra tolerancia. La utilizan, pero no la practican. La mentalidad con la que han salido los liberados a la calle es cuanto menos curiosa: ejercían el derecho de huelga, mientras los demás eran unos “esquiroles”.

No parece que Zapatero pueda sacar un rédito político positivo de una jornada que le ha venido impuesta y que señala una sustancial debilidad hacia los poderes fácticos de la izquierda. La cuestión es por qué tenemos que pagar con nuestros impuestos a unas agrupaciones que se dedican a coaccionar a quienes les pagan. Los sindicatos deberían recapacitar: por esta senda se ponen en contra a la mayoría de la ciudadanía.

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