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Es curioso que el Gobierno levantaba mayor entusiasmo cuando estaba en mayoría minoritaria que cuando gobierna con mayoría absoluta. La respuesta inmediata establece relación directa con la mayoría absoluta como un mal inevitable. Pero es un instrumento beneficioso en aspectos como la lucha contra el terrorismo y puede ser imprescindible para introducir reformas.

Este suave desencanto, compatible con el mantenimiento de las expectativas de voto del PP, puede deberse a varias cuestiones: un error de valoración del Gobierno respecto al nivel de rechazo social a fórmulas de caudillaje felipista. El gesto mayor de disforia es la toma de posesión de Juan José Lucas y su referencia al proyecto Aznar o al proyecto encarnado por Aznar. El primer año ha parecido, cuanto menos en imagen, propender a cierta deriva hacia el aznarismo y el culto a la personalidad, con síntomas de síndrome de La Moncloa y sobrevaloración de nuestra influencia internacional.

Pero esa serie de síntomas pueden obedecer a una cuestión más profunda, por lo menos en los sectores mejor informados de la sociedad, que fueran especialmente críticos con el socialismo y su modalidad personalista del felipismo. El respaldo al PP se basaba en la existencia de una intencionalidad regeneracionista de la vida pública, más allá de la honradez personal, que en la primera legislatura se entendía aplazada por los pactos. En ese sentido, los electores dieron su apoyo a la política liberalizadora en materia económica, rechazaron el discurso guerracivilista y la concepción geométrica de la política, pero no para entrar en un pragmatismo de gestión, sino, por los menos en parte del electorado del PP, para profundizar en el liberalismo político.

Es ciero que tal cuestión no sólo es asignatura pendiente del Gobierno, sino que casi ha desaparecido de los medios de comunicación, incluso de los que hicieron bandera de ello como ariete contra el intento de controlar la sociedad civil por el felipismo. Es probable que ese mar de fondo esté en la base de esa contradicción sociológica de las malas notas personales y las buenas al partido.

Por ejemplo, la cuestión de la sucesión no se refiere tanto a un interés por conocer el nombre del sucesor –según esa metáfora banal de la libreta azul— sino al método de elección, a su legitimidad y a la capacidad de debate interno en el Partido Popular. Es decir, en mi opinión, Aznar y su Gobierno han mantenido una continuidad cuando se pedía una mayor intensidad en las reformas.

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