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Enrique de Diego

El mayor esclavista de la historia

George Bush pidió elecciones libres en Cuba y Castro ha respondido sacando a las turbas por el Malecón. De paso, el dictador muestra que está en condiciones de andar y se dispone a hacer eterna su dictadura modificando la “Constitución” cubana para situar al socialismo como el modelo definitivo, a pesar de que no funciona. Los paralelismos con el franquismo, elevado a la enésima potencia, son tan claros que lo inquietante es considerar que una parte de nuestra izquierda mantiene una posición condescendiente ante esta dictadura abyecta, y otra, desde IU a Batasuna, desde Gaspar Llamazares a Arnaldo Otegui, la considera el modelo a seguir.

Lo de Castro con sus manifestaciones recuerda aquel grito franquista de “si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos”, en medio de una ambientación de plaza de Oriente y todo atado y bien atado. Elevado, por supuesto, a la enésima potencia. Porque siendo todas las dictaduras malas, la cubana es mucho peor, pues no existe ni derecho a la propiedad privada, que es la proyección mínima y necesaria de la libertad personal.

Cuba es un Estado policial, en el que la inmensa mayoría de los cubanos son funcionarios del Estado y dependen de él para mal vivir. Nada de extraño que cualquier manifestación convocada por el dictador sea un éxito. La novedad sería lo contrario. No acudir a la manifestación representa un riesgo muy serio para la supervivencia. El control policial se establece por barrios y manzanas, en cada uno de los edificios. Castro es el mayor esclavista de la historia del Caribe, porque dependen de él desde las jineteras al último chupatintas del régimen. Las dictaduras son malas porque cualquier ejercicio de la propia responsabilidad se convierte en una forma de suicidio.

La manifestación convocada por el esclavista es la mayor denuncia contra sí mismo, la ejemplificación máxima de la perversión de su dictadura, pues si tan convencido está de ese respaldo plebiscitario nada mejor que mostrarlo en las urnas, con voto secreto, y la humilde forma de un hombre, un voto, con partidos libres. El amo de la isla saca detrás de sí a sus esclavos, azuzados por los capataces, para señalar que estos aman sus cadenas, pero donde no hay libertad no hay virtud, ni opción para decidir. Qué buenos son que los sacan de manifestación. Los amos del Sur tenían más votos dependiendo de su número de esclavos. Los hermanos Castro han perfeccionado el sistema llevándolo a sus últimas consecuencias.

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