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Enrique de Diego

El nacionalismo zoológico

La proximidad de las elecciones vascas, según todos los indicios, precisa de una reflexión seria sobre el nacionalismo, que evite el relativismo moral electoral: el PNV se modera en la campaña, recurre a personajes como Juan María Atutxa e incluso los terroristas mitigan sus acciones o anuncian treguas. La cuestión de fondo es si entre nacionalismo y violencia hay alguna relación de fondo y no meramente accidental: eso de los “cuatro locos” que matan en nombre del ideal común.

El nacionalismo pertenece, en el campo de las ideologías, a sus apartados zoológicos. A los que dividen a los hombres según esquemas lingüísticos o étnicos, de forma que el individuo desaparece encuadrado en categorías sociales descarnadas. Los análisis zoológicos se han hecho cada vez más frecuentes en ese nuevo Arana en que se ha convertido Xabier Arzalluz.

El nacionalismo siempre entraña la división en especies distintas. La consideración de que no existe el individuo como tal ni tampoco una única especie humana. El nacionalismo se instala en un primitivismo propio del orden tribal, cavernario. Hay una especie humana que se restringe a los límites de la tribu nacionalista y el resto de los mortales que propiamente no pertenece a la especie humana, es otra cosa, los extranjeros, los inmigrantes, los distintos, los maketos, en la terminología sabiniana, o los charnegos, en la del nacionalismo catalán, subliminalmente xenófobo.

El primer principio moral es, por tanto, “lo que hace mi grupo, bien hecho está”. El segundo establece que no pueden equipararse los derechos –ni tan siquiera el primario a la vida- de los miembros de la especie humana nacionalista al resto no redimido. La negación de la individualidad convierte al nacionalismo por esencia en antiliberal. La negación de la universalidad de la redención es lo que convierte al nacionalismo en anticristiano. La negación, por ende, de la igualdad de todos ante la ley, es lo que convierte al nacionalismo en antidemocrático.

Esa distinción entre la tribu purificada, ascendida a la universalización excluyente de los derechos, y el extranjerismo decadente, agresivo y pagano –en trance de infectar o convertir en impura a la tribu- es lo que convierte con facilidad al nacionalista en un psicópata y lo que legitima su frecuente uso de la violencia. Primero, porque fuera del grupo los actos no tienen la misma valoración moral. Nunca es equiparable la muerte de un nacionalista –uno de los nuestros- con el asesinato de un constitucionalista –una categoría social, distinta e inferior-. Segundo, porque la pureza de la tribu justifica los medios del genocidio, ya que el exterminio –como han considerado todos los totalitarios- es un ejercicio necesario de purificación.

De ahí la zoología electoral tan antidemocrática de Arzalluz según la cual el constitucionalista no debe tener derecho al voto –criterio simétrico a la especie de Sabino Arana de que el sufragio universal en “razas tan degeneradas como el maketo es un suicidio”- o su voto no puede valer en cualquier caso lo mismo que el del puro de la especie nacionalista.

Esta zoología responde al mismo mundo moral que la zoología del atentado, por la que se trata de mostrar esa superioridad nihilista mediante la consideración de que el no nacionalista no tiene derecho a la vida o tiene menos derecho a la vida. El efecto de tales acciones se sustrae al cálculo; casi siempre se desencadenan fuerzas enteramente diferentes de aquellas que el autor sospechaba. En general, cabe observar que el atentado, si bien no favorece a la causa de la víctima, en todo caso desarrolla esa causa en sus consecuencias y la impulsa con energía hacia adelante. Cuando la sociedad percibe el riesgo totalitario y plebiscitariamente reafirma el riesgo de su libertad, el asesinato se evidencia en su dimensión zoológica, antihumana, y tiende a reafirmar la resistencia.

El pacto de Estella/Lizarra es la unidad de acción de varias zoologías -acuerdo zoológico- dentro de la especie humana-nacionalista para ir hacia el paraíso terrenal perdido sobre un mundo de cadáveres.

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