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Enrique de Diego

Ética y garantía de unidad nacional

España, como sociedad abierta, no es el problema, sino la solución. No hay problema más acuciante –el de la vivienda es una cuestión que se resolverá si los políticos, histéricos, no intervienen– que el nacional, y en el panorama político el único que aparece con las ideas claras es Jaime Mayor Oreja. No, por supuesto, Aznar, que acaba de aupar a Josep Piqué a la presidencia del PP catalán, para que diga las cosas con las que persiguen a los concejales populares en el País Vasco, y para hacer melifluo seguidismo de la decadencia convergente.

La falta de claridad de Aznar, y de La Moncloa, se percibió durante la tregua-trampa y se está volviendo a manifestar ante la ofensiva secesionista de Juan José Ibarretxe. Aznar dice cosas muy sensatas y muy rotundas, pero como las podría decir un columnista de periódicos, cuando él es el presidente del Ejecutivo. No sólo debe decir, también hacer. Sus colaboradores, empezando por el vicepresidente primero, Mariano Rajoy, se han dedicado a filtrar, a quien les ha querido oír, que el artículo 155 de la Constitución no puede aplicarse, porque carece de la concreción necesaria. Es una forma como otra cualquiera de decir que no se tiene estrategia. Para eso, mejor callarse.

La falta de claridad de José Luis Rodríguez Zapatero es galopante. A todo el mundo parece convenirle hinchar la burbuja de Zapatero (para fastidiar a Aznar se apoya al líder del PSOE), pero la verdad es que está sufriendo un proceso reaccionario de vuelta al felipismo, y aún peor, no sólo por la gestual de Vista Alegre, aún más por el hecho de que una parte de su partido, a la que no es capaz de enfrentarse, intenta de continuo o lacayear al nacionalismo o intentar superarlo. Este PSOE es incapaz de gobernar España, salvó siguiendo el secesionismo asimétrico y caótico de Pasqual Maragall. La dirección socialista presumía de que, a través de prolijas conversaciones de Zapatero con Maragall, éste había conseguido adoptar la terminología confusa, pero menos provocadora, de la “España plural”. Pero Maragall, a quien casi todo se le perdona, porque le hace bueno Pujol, no sólo reinventa la Corona de Aragón ¡contra España!, también le ha dicho a través del conducto oficial, es decir, El País, que entiende por ese concepto lo de siempre: acabar con la Constitución de 1978 y reformar los estatutos para que cada cual pueda independizarse como le dé la gana. Una España de baratillo y en almoneda, la de Maragall.

Esta insoportable levedad del PSOE en la cuestión central la ha planteado con claridad Jaime Mayor Oreja en Trujillo, en un momento en el que su partido aparece sin ideas. El discurso de Trujillo ha sido de nuevo el de la convicción, y la no ambigüedad (lo contrario de Piqué). La cuestión a día de hoy, debates sucesorios al margen, y digitalizaciones autocráticas fuera, es que Jaime Mayor Oreja tiene más respaldo que las siglas del PP. Es decir, en términos de análisis político, al margen de los rollos de las listas cerradas, Mayor Oreja podría presentarse en solitario, porque se ha convertido en una referencia ética y en una garantía para la unidad de España. La única.

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