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Enrique de Diego

Excedentes de población

Un periódico local de Alicante ha publicado un reportaje sobre le línea del ferry que une Orán con dicha ciudad. Entre otros testimonios se ofrece el de un argelino que hace el viaje de regreso expulsado, en aplicación de la Ley de Extranjería (dice que no delinquió, pero en Alicante la inseguridad ciudadana ha crecido más de un 30 por ciento). Relata cómo entró en España: “como muchos, caminé días y días, sin dinero hasta Marruecos. Allí la Policía me detuvo, estuve unos días en prisión y tras unos días malos, ya que ellos no nos pueden ver (a los argelinos) y nos tratan con intransigencia, me expulsaron a Ceuta”.

La primera cuestión es ésta xenofobia entre marroquíes y argelinos. Por estos lares, algunos se dedican a presentar a los occidentales como afectados por ese mal, cuando es en la civilización occidental donde es más restringido. Esa idea de la xenofobia como mal occidental es una de las más extendidas, curiosas e inconsistentes.

La segunda es ese hecho tan sorprendente, pero tan real, de que la pena impuesta por Marruecos es... la expulsión a España. En Ceuta, las cosas cambian para Mohamed: “Allí pasé un mes y medio, en un centro de acogida de inmigrantes. Me daban de comer, de beber y una cama. Yo pensaba, ‘no puedo estar mejor’...Pero mi sueño era España y ellos sabían que yo no tenía dinero para pagarme un billete. Después me juzgaron (muestra una copia del auto de expulsión en Ceuta, con fecha 8 de agosto de 2001) y me embarcaron hacia España. Como no me podían devolver a Marruecos, me metieron en un barco hacia Algeciras y yo pensé: ‘Ya tengo lo que quería’. Llegué allí y se acabaron de portar perfecto conmigo: me dieron una bolsa de comida y me dejaron ir...” Expulsado por Marruecos hacia Ceuta, luego de Ceuta expulsado... a Algeciras. Un año después, viaje de vuelta.

El itinerario es absurdo, demuestra la falta de racionalidad con la que actualmente se está afrontando el fenómeno migratorio. No se ha resuelto ninguna situación humana y se ha gastado dinero de los contribuyentes en cada uno de los pasos.

En el caso de Marruecos, y del Magreb en general, se trata de exportar excedentes de población para evitar el debate interno sobre la modificación de estructuras que son prácticamente feudales y que se basan en la corrupción. La introducción de los avances de la medicina occidental ha producido, desde los años cincuenta, una explosión demográfica, que en el mundo islámico viene ayudada por la prohibición taxativa de cualquier método anticonceptivo. Sin embargo, esas sociedades no son capaces de ofrecer trabajo y futuro a las nuevas generaciones. Muchos de esos países tienen una población joven, entre los 25 y los 35 años, superior al 50 por ciento. El feudalismo de Marruecos no es capaz de sostener su población. Podría reformarse y entrar en un proceso capitalista y democratizador, pero la respuesta es expulsar población hacia España. Ese es el caso de los niños de Ceuta.

Por mucha humanidad que se tenga, no puede obnubilar el sentido común, en el sentido de que cualquier sociedad puede recibir flujo migratorio relacionado con su mercado de trabajo –con contrato– pero no convertirse en receptora de los excedentes de población de otra. Eso es, llanamente, la exportación del conflicto. Y por muchas ONG subvencionadas que presionen a favor de esa línea, no se hace un bien a nadie siguiendo esa senda absurda.

No sólo hay que exigir a Marruecos que cumpla la legalidad, también que entre en un proceso de reformas, que ponga coto a la corrupción del trono y sus aledaños, sin situar a Ceuta y Melilla, y luego a otras partes de España, como el objetivo marroquí para esconder sus lacras. España no puede acoger toda la población de Marruecos (y Argelia). Quizás quien tenga que emigrar sea Mohamed VI y España dejar de adoptar una posición servil, que terminará generando un conflicto serio, social y político, como si fuéramos “primos”.

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