Para quienes dábamos por perdida a Venezuela, abrumada por la demagogia fascistoide del golpista; para quienes sentíamos vergüenza ajena ante su tosquedad de caudillo bananero y esas huestes anestesiadas tocadas por la boina roja de paracaidista, la huelga general, y su éxito, muestra la existencia de una sociedad civil que no quiere suicidarse. Es, por tanto, un motivo de alegría. Lo es más cuanto que las cancillerías, y de manera especial la española, bajo el relativismo moral de Piqué, habían abandonado a Venezuela estableciendo la curiosa doctrina de que nos encontramos ante una democracia donde, como peculiaridad, se legisla por decreto o donde está en marcha una ley mordaza contra la libertad de prensa.
Ese personaje demencial, Chávez, cuyos ídolos son Gadaffi, Castro y Ben Laden, está avanzando más allá del culebrón para entrar en el totalitarismo. Su revolución bolivariana no es otra cosa que la corrupción de los militares, a los que se ha puesto al frente de las empresas, sobre la miseria de los ciudadanos. Su política es la agresión al derecho de propiedad en el que se basa la libertad. Los empresarios y los ciudadanos en general han entendido que está en riesgo su libertad personal, frente a este mohicano del fascismo (no el último, siempre estamos con el penúltimo, es la terrible lógica del poder absoluto).
Pero en todo éxito hay un riesgo. Las amenazas del Tejero venezolano, con un historial claro de pistolero, no pueden echarse en saco roto. Informar de lo que está sucediendo en Venezuela es un imperativo ético para romper el cerco de silencio de lo políticamente correcto: baste decir que la huelga general nos pilla casi por sorpresa (salvo en Libertaddigital.com, donde se viene informando puntualmente).
Pero, además, sería deseable que hubiera alguna presión desde La Moncloa y desde Exteriores para que Chávez dé marcha atrás en su deriva totalitaria y dé paso a un proceso constituyente que establezca una Carta Magna basada en el derecho individual y no en el capricho de este bocazas payaso, al que como tal se le ríen las gracias en las Cumbres iberoamericanas. España no puede seguir siendo la cómoda aliada de todo dictadorzuelo, sino la exigente potencia democrática a favor de derechos y libertades. La libertad, en castellano, tiene hoy un reto en Venezuela. En Piqué cabe confiar poco, ¿y en Aznar? Hay que aislar a Chávez y estar con los venezolanos.
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