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Enrique de Diego

Héroes de la libertad y monstruos del nacionalismo

En la imagen de un Policía Local tratando de ayudar a dos ciudadanos y dos terroristas asesinándole por la espalda se resume y media la distancia entre la civilización y la barbarie. Juan Manuel Gervilla es un héroe de la libertad y aún más de la civilización, que ha evitado otras muertes con su sacrificio. No pretendía ser héroe, sólo cumplía con su deber. La barbarie se caracteriza por una psicopatía capaz de horadar la tierra para buscar las víctimas para asesinar a quien tiene una disposición de servicio.

Tras intentar una masacre contra jóvenes estudiantes de periodismo y provocar este asesinato tan inútil e infame al mismo tiempo, la cuestión de fondo es la necesidad de estudios sociológicos, psicológicos y psiquiátricos capaces de desentrañar el proceso de formación de tales monstruos en el sistema educativo y en el medio ambiente social del nacionalismo vasco. Porque los terroristas que han asesinado a Gervilla lo hacen en nombre del nacionalismo, de ese que –desde Arzalluz a Pujol- se niega a estar del lado de las víctimas y sin equidistancias respecto a los verdugos y rechaza mostrarse con claridad a favor de la civilización frente a la barbarie nihilista y absoluta. Frescas están las declaraciones de Xabier Arzalluz en contra de la disolución de Eta, lo que –cuando no se ha perdido el sentido común y el sentido ético- se traduce porque no quiere que los asesinos de Gervilla dejen de matar, es decir quiere que sigan matando.

Cuando una sociedad produce los monstruos morales que han asesinado a Gervilla, mientras trataba de ayudarles a aparcar, es una sociedad enferma. Son monstruos del nacionalismo crecidos en una sociedad enferma de nacionalismo. Son los monstruos crecidos en políticas culturales, lingüísticas y de orden público promovidas por el PNV y por el gobierno de Ibarretxe. Son los monstruos crecidos en una ideología de odio parida por Sabin Arana y predicada con contumacia por Xabier Arzalluz.

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