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Las dictaduras, más cuanto mayor es su intensidad, producen un efecto invernadero en las ideas. Anquilosan, agostan y esclerotizan el debate. Cuando se produce el deshielo, emergen las ideas fuera del contexto histórico, con la misma virulencia que unos virus almacenados a baja temperatura en un laboratorio.

El deshielo soviético, la caída del Muro, produjo una floración nacionalista, como sucedáneo o mínimo común denominador totalitario. La figura paradigmática de ese proceso es Slobodan Milosevic que pasó del socialismo real al nacional-socialismo sin solución de continuidad, y de la lucha de clases a la limpieza étnica. Los abertzales de la gran Serbia volvieron a desatar toda la inmundicia de la especie y a poblar los Balcanes de campos de exterminio.

La floración nacionalista postsoviética –tan rancia- ha sido un principio reflejo catalizador para otros nacionalismos irredentos. La rebelión democrática de los ciudadanos serbios que han apoyado en las urnas a Kostunica es una buena noticia para la libertad y una mala noticia para los que presentan la nostalgia de la tribu como un proyecto moderno. También en España los nacionalismos étnicos y lingüísticos son el fruto de la hibernación franquista.