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La banda terrorista-nacionalista “celebra” cada evento democrático con un atentado. La investidura de Ibarretxe ha sido “amenizada” por una bomba-lapa que ha acabado con la vida de José Javier Múgica Astibia, un hombre bueno, valiente, que había hecho del compromiso democrático una forma de heroísmo. Antes, el debate de investidura, le “costó” la vida al Policía Nacional, Luis Ortiz.

En ese debate, Ibarretxe utilizó con descaro a la banda terrorista-nacionalista como polo político contrapuesto al PP; dos supuestos extremos, entre los que estaría la centralidad del PNV. Es difícil concebir un argumento tan inmoral y miserable. ¿Qué equidistancia existe entre quien puso la bomba en los bajos de la furgoneta y José Javier Múgica Astibia? ¿Había una centralidad entre los judíos de Auschwitz y el jefe del campo?

Ibarretxe no es de centro, es de la extrema derecha xenófoba, de la estirpe sabiniana. No hay una centralidad moral entre la abyección asesina totalitaria y la heroica resistencia democrática. Eso es estricto relativismo moral, hipocresía, incapacidad para distinguir entre el bien y el mal. De hecho, este Ibarretxe que multiplica los minutos de silencio (algunos dicen que para recuperar la calle ganada por Gesto por la Paz y ¡Basta ya!) sigue manteniendo pactos con Eta y sus corifeos en diecisiete ayuntamientos.

Ciudadanos y ciudadanas vascas de diecisiete municipios son gobernados por los batasunos gracias a los votos del PNV. No es un contrasentido, es una muestra más del carácter miserable del nacionalismo, del que Ibarretxe es hoy su emblema, en una sociedad enferma, donde los levitas se niegan a rezar por el alma de las víctimas. ¡Sepulcros blanqueados! ¡Los peores y más execrados por Cristo!

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