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Enrique de Diego

Ibarretxe y Milósevic, un mismo orden moral

Desconozco el motivo por el que los nacionalistas hablan tanto de diálogo cuando ellos lo practican tan poco. Más allá del diálogo de sordos, ejercitan el de los inquisidores. Cuando se establece con carácter dogmático el final del trayecto, sólo quedan pequeñas disquisiciones de matiz sobre el recorrido del paseo. Los nacionalistas ni han dialogado, ni dialogan nunca, sólo practican diversas formas de engaño, con abundante utilización de eufemismos y circunloquios, hasta haber generado un lenguaje para autistas o para agudines.

Ibarretxe engañó a la sociedad vasca durante la campaña electoral con un discurso de falsa moderación, porque la independencia (tienen miedo a sus propios objetivos) es el máximo de radicalidad, el conflicto elevado al infinito. Un escenario, por ejemplo, en el que se doblegaría la voluntad de los alaveses, de la mayoría de los ciudadanos de Bilbao y San Sebastián, de la mitad de la población, se prohibiría utilizar el “castellano” y se procedería a una inmersión en el euskera a poblaciones que llevan cientos de años sin hablarlo ni como lengua propia ni como lengua extraña, condenando a cientos de miles de personas al exilio exterior o interior. Y en el que habría una guerra civil en el seno mismo del nacionalismo vasco, como se está escenificando estos mismos días.

El gobierno de Ibarretxe tiene en eso un punto de claridad encomiable, que ha puesto, por ejemplo, a Javier Madrazo en su sitio, en el desván de los cacharros viejos, de los compañeros de viaje. El objetivo para esta legislatura es conseguir la independencia y ningún otro (el concepto paz en el nacionalismo vasco está vaciado de sentido, no tiene relación con la libertad y los derechos humanos, sino con los derechos culturales colectivos). El texto para el debate de investidura contiene las consabidas dosis de hipocresía y más abundantes de totalitarismo. Porque el independentismo de PNV y EA es totalitario. No identifica nación con libertad personal, sino con la conformación de un colectivo de identidades étnicas, lingüísticas y culturales definibles. Un escenario muy semejante al de Milósevic. Un horizonte que siempre se ha acompañado de genocidios y campos de exterminio en los últimos cien años.

El origen del conflicto no es Eta sino el PNV. Eta es su efecto más perverso. No es, desde luego, que todos los nacionalistas sean terroristas, pero no habría terrorismo sin nacionalismo, y por supuesto éste sí incluye un gen violento. La ideología nacionalista es la madre de todos los totalitarismos, por ende de todas las violencias. Lo dicho: se compara el texto de Ibarretxe y la Gran Serbia de Milósevic y están calcados, un mismo orden moral, un “orden nuevo” nacionalista en el que la diferencia es una anormalidad.

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