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Enrique de Diego

Juguetes trampa y genocidio

Al parecer, existe una especie de presunción de inocencia a favor de la banda terrorista. A pesar de todos los indicios, las primeras veinticuatro horas fueron un ridículo caos informativo con las televisiones llegando a hablar de un lamentable accidente con un coche teledirigido.

La kale borroka es una forma de guerra total –ese es el sentido, por ejemplo, de la toma de Bergara– que admite iniciativa en las acciones violentas. Es obvio que el juguete-trampa tenía otros destinatarios, pero también lo es que se trata de un atentado –contra el bar donde trabajaba la tía del niño– que ha concluido en una tragedia superior.

Encontrar unos juguetes en un bar, esperar a ver si son reclamados, darlos después a unos sobrinos, son todos hechos absolutamente normales. No lo es que dentro de un juguete se prepare una bomba de pólvora prensada. Es difícil concebir una mente tan psicópata y pervertida. Estas cosas tan demenciales sólo ocurren en el casco viejo de San Sebastián, en algunas zonas del País Vasco, donde un juguete olvidado es probable que sea una bomba. La muerte de la abuela y la infinita desgracia del niño de tan corta edad, ya se sabe, son efectos colaterales del “conflicto”. Como lo es que una adolescente muriera cuando jugaba con otro juguete-trampa en su apartamento de Torrevieja, donde la gente suele ir a bañarse y divertirse.

¿Por qué tanto dime y direte para no reconocer lo obvio del “atentado” de San Sebastián? Porque muestra hasta qué punto una parte de la sociedad vasca está delirantemente enferma de violencia y el resto está amenazada. Porque ejemplifica el designio genocida del terrorismo nacionalista. Porque muestra el fracaso esencial de todo un sistema educativo y de toda una transvaloración que produce psicópatas en estado puro.

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