George Orwell decía que en ocasiones es preciso defender lo obvio. En el País Vasco esa defensa es un imperativo cotidiano. Contra el totalitarismo no hay otra opción que la fortaleza, porque cualquier otra senda sólo es entendida como debilidad. Mikel Azurmendi, como tantos miembros del exilio exterior, refleja terribles obviedades: lo que está en marcha en el País Vasco es un intento de genocidio mediante una limpieza étnica que deviene en ideológica por la extraordinaria dificultad de objetivar las supercherías raciales de Arzalluz, que es a día de hoy el ideólogo de la unidad de acción del terrorismo y por ende de la estrategia común que incluye el asesinato.
Tras la caída de Milosevic, y la mitigación del totalitarismo panserbio, el nacionalismo vasco es el último reducto totalitario que existe en Europa.
Esas obviedades están presentes de manera terrible en la vida de los constitucionalistas, de los tolerantes y de los que aman la libertad personal, de forma que desde hace años existe un exilio exterior y una resistencia interior, ambos frutos de la violencia sistemática que el nacionalismo ejerce. Frente a ello, la garantía de la libertad es la Constitución –y el Estatuto que emana de aquella- y esa es la lógica de la campaña que los cachorros de Arzalluz contra la Carta Magna. Esa misma campaña clarifica muchas cuestiones respecto a la inmediata duda metódica del PSOE respecto a peligrosas equidistancias. La Constitución aquí y ahora representa la libertad y es la base de la unidad de los demócratas.
Que el PP y el PSOE tienen que entenderse y firmar un pacto de defensa de la libertad en ese marco entra dentro de lo obvio, y tanto su necesidad como su retraso provienen de errores comunes. En el caso del Gobierno es menor, porque se circunscribe al tiempo de la tregua-trampa en la que cayó y salió sin la necesaria autocrítica para presentar como un error haber sucumbido al sortilegio del diálogo (esa palabra totem). En el caso del partido socialista, porque el estado de cosas actual se ha generado con su complicidad como socio de gobierno del PNV y porque ha sucumbido habitualmente a la falacia de que el nacionalismo tiene algún tipo de legitimidad –incluso democrática- superior. Entre el Zapatero que pide mesura y el dirigente del PSOE en Álava, Javier Rojo que recomienda a sus compañeros dormir con un extintor cerca, está el abismo que va de la fraseología hueca a la práctica.
En el País Vasco es la libertad la que está amenazada y no la santa tradición, la pureza de la raza, las libertades del pueblo o toda la sarta de concepciones totalitarias con las que se reviste el nacionalismo. En el País Vasco la libertad está amenazada no por el Ejército español sino por los terroristas del nacionalismo.
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