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Enrique de Diego

La enfermedad no tiene solución

La enfermedad argentina es moral antes que económica. El mal de Argentina es un cúmulo de demagogias y mesianismos de opereta, todo adobado de teologías de liberación varias, y con ese fascismo que es el peronismo como ingrediente fundamental. Todo ello ha generado una especie de ideología que sublima la corrupción a través de la verborragia. Lo más llamativo de la crisis argentina es que, cuando los periodistas sacan las alcachofas a la calle, las respuestas se mueven en esos parámetros de iluminismo y demagogia barata, por lo que se trata de vivir del cuento, sin sacrificios, sin exigencias a los políticos.

Resulta incomprensible que Carlos Menem no esté en la cárcel ni Duhalde fuera del poder. Aunque ambas cosas son comprensibles en Argentina, cuyos iconos son un asesino compulsivo como el Che o una patética indigente mental como Evita, que repartía dinero a sus descamisados como fórmula económica. Si añadimos que luego los ciudadanos argentinos votaron a Isabelita o que ahora tienen de presidente al que perdió las elecciones y su esposa, la Chiche, es ministra, la responsabilidad es de los ciudadanos, que se han acostumbrado a ese medioambiente de falta de parámetros éticos y de esfuerzo personal. Los políticos son corruptos porque sus ciudadanos lo permiten. Hay que dejarse ya de esas monsergas que, en las relaciones internacionales, eliminan el concepto de responsabilidad, y cuanto más corrupto y más manirroto es un gobierno, más ayudas precisa y exige.

Los males de Argentina vienen desde Perón y todavía hay un partido que tiene su nombre. Con eso está dicho todo. Y quienes capitalizan el malestar actual son demagogos y demagogas que siguen con el soniquete de los ricos y los pobres, con un marxismo de misa de doce.

Si la corrupción está tan extendida en Iberoamérica no es por la conquista –hay interpretaciones histórica delirantes– ni por los yankees, sino porque los ciudadanos se han instalado en el clientelismo y el pelotazo es asumido por sus clases medias como una forma de depredación.

Esa falta de criterios éticos es clamorosa en el “corralito”, donde se pervierten todos los principios de la propiedad privada. Sería mejor haber hecho la catarsis que no instalarse en una agonía para que Duhalde tenga sus diez minutos de gloria y sus días de podredumbre. Al final, con Aznar haciendo de intermediario, que venga el FMI y pague la cuenta para que todo vaya siempre a peor. Es momento de decir que la ayuda internacional es uno de los factores más claros de corrupción y subdesarrollo.

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