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La muerte de la etarra Olaia Castresana cuando preparaba en Torrevieja la bomba con la que empezar su carrera criminal, junto con la huida en dirección a Andalucía de Anartz Oiarzabal, está llena de lecciones sobre el funcionamiento de la “nueva Eta”.

Manteniendo criterios antiguos y desfasados la mayoría de los medios hablan de antecedentes de “kale borroka” e ingreso ulterior en la banda terrorista, como si aún quedara un espacio de diferencia entre ambos ámbitos. En símil futbolístico, son gentes de la cantera que sin solución de continuidad llegan a las categorías superiores del asesinato. No han ingresado en Eta, son de Eta, a través de Haika y de Batasuna, desde hace muchos años.

La segunda evidencia es que se trata de “legales” en sentido distinto al usado tradicionalmente, puesto que utilizan como infraestructura su casa y la segunda residencia de sus padres. No necesitan, por tanto, alquilar pisos ni construir zulos. Se mueven dentro del sistema, de la más estricta normalidad, con los hábitos comunes. Eso tendrá la consecuencia de un incremento de la prevención hacia los “vascos”, pues, por ejemplo, en la zona levantina, en Torrevieja y Benidorm, son visitantes habituales.

Es llamativa la facilidad con la que Eta ha distribuido la dinamita robada, titadine, en Grenoble, hasta ser utilizada en la kale borroka como en Lekunberri o llegar a unos jóvenes inexpertos. Cuestión que hace sospechar en la utilización de la infraestructura política de Batasuna.

Policialmente es difícil combatir esta nueva oleada de terroristas, salvo por su torpeza, sin ir a la raíz del problema que está en Batasuna, sobre todo en las juventudes, y en una política represiva del terrorismo callejero, que eleve el coste y dificulte la formación de los asesinos.

Hay de fondo una cuestión que, se quiera asumir o no, pasa por una situación de desarme parcial del Estado de Derecho. Lo demuestra la reacción del entorno etarra con sus homenajes y sus llamadas a ejercitar la violencia en la calle. Olaia ha muerto víctima de sus excesos, en su más estricta y delirante responsabilidad. Es obvio que una sociedad está enferma cuando produce a tan tierna edad psicópatas de un patriotismo perverso y genocida. El intento de transferir responsabilidades a cuestiones esotéricas del conflicto forma parte de la tortuosa lógica totalitaria. Pero tanto Batasuna, como el sindicato LAB, como las Gestoras pro Amnistía se presentan como convocantes de manifestaciones en homenaje a quien se mató a sí misma cuando pretendía asesinar a personas inocentes. No sé que otra cosa puede entenderse como apología del terrorismo.

Por último, se ha mostrado falsa la especie lanzada por el PNV de que una victoria de Mayor Oreja en las elecciones conllevaría un incremento del terrorismo. Parece obvio que con Ibarretxe se ha disparado.

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