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Enrique de Diego

La pérdida del sentido de la responsabilidad

Escuché la noticia de modo parcial: en una macrofiesta en un polideportivo de Málaga se había superado ampliamente el aforo: de 8.000 personas se había llegado a superar las 14.000. Pensé que se habían venido abajo los graderíos provocando una tragedia. Luego supe que habían muerto dos jóvenes, pero sin ninguna relación con el escandaloso dato. Ni la más mínima relación causa-efecto. La macrofiesta podía haber sido un fracaso, podían haber asistido cuatro gatos y, en principio, se hubieran producido las dos muertes.

Luego escuché una catarata de comentarios sobre la posibilidad de que las pastillas ingeridas por los difuntos pudieran contener veneno o una adulteración letal. Más tarde, vi a los padres, destrozados, como es lógico, enseñando la foto del hijo muerto, como si se tratara de una víctima. Por último, declaraciones y contradeclaraciones de los supuestos organizadores.

La conclusión de la historia parecía ser la existencia de una especie de conjura terrible que había provocado la muerte de dos personas inocentes. Se trataba de buscar a los culpables. Pero resulta que uno de los difuntos había ingerido un total de ocho pastillas. Una sola, según los expertos, puede ser mortal, si además se combina con alcohol. Es decir, las dos supuestas víctimas no eran otra cosa que dos jóvenes adolescentes jugando a la ruleta rusa y, en esta ocasión, el disparo había salido de la recámara. Fueran cuales fueran las responsabilidades de los demás, ellos eran los principales responsables. Nadie les había obligado a asistir. Nadie, a comprar. Nadie, a consumir.

Siempre me han asombrado algunos anuncios de las campañas contra las drogas en las que éstas aparecen con tonos antropomórficos intentando entrar en el cuerpo de chicos y chicas contra su voluntad. La forma en que se ha informado sobre el trágico suceso pone sobre la pista de unas de las cuestiones más chocantes y más graves del momento: la pérdida del sentido de la responsabilidad personal; la tendencia a transferirla en exclusiva a los demás, a instituciones o a colectivos. En buena medida, porque el Estado, también con el PP, ha seguido presentándose como un ente moral que vela por el bien espiritual de los súbditos. Porque la educación, para negar la libertad, proscribe la exigencia y la responsabilidad. Todo esto ha conducido a una sociedad con comportamientos adolescentes, en la que los padres no saben lo que hacen los hijos y cuando estos se suicidan hay que buscar culpables externos.

No se cayeron los graderíos. Hubo dos muertes, consecuencia de dos trayectorias irresponsables, de un cúmulo de irresponsabilidades


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