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La banda terrorista va poniendo operativos unos comandos a medida que caen otros. Es una estrategia suicida, en la que los terroristas parten de la base de que irán a la cárcel, sin ningún plan de retirada. Es un terrorismo que recuerda al del fundamentalismo islámico. El frente de la violencia ha vuelto al País Vasco, donde sigue sin haber elecciones y donde el asesinato se practica en nombre del pacto de Lizarra, con complicidad política y moral de todo el nacionalismo.

Ahora son bombas-lapa y objetivos militares. Asesinar a un cocinero del Ejército es terrorismo indiscriminado, porque si la muerte de todo hombre es una tragedia máxima que destruye o busca destruir la convivencia, en términos de cualquier estrategia por muy demencial que sea, éste es una estúpida manifestación de psicopatía criminal: la búsqueda de una suma de asesinatos, a cual con menos sentido.

Esto sólo muestra la perversión moral de la que es capaz el nacionalismo; de biotipo patético y genocida que crea el nacionalismo; esa infinita estupidez de la raza o de la patria como el último reducto de los asesinos.