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Enrique de Diego

La transición inacabada

Hay en estos días una abundante hagiografía sobre la transición que linda o entra dentro del género épico. Es comprensible que una generación se rinda a sí misma un homenaje, aunque la historia precisa de un mayor distanciamiento temporal para escribirse con un mínimo de decoro, pero me parece excesiva, por poco democrática, esta autocomplacencia que lógicamente deviene en debate sobre el papel del padre de la patria. Es una curiosidad el encargo y la difusión de encuestas con efectos retroactivos de la opinión de los españoles sobre la dictadura. Una dictadura no hace encuestas, porque estas son simulacros de elecciones, pero esta sociología metahistórica parece surgida de algún subliminal complejo de culpa como si se pretendiera identificar transición con lucha antifranquista.

La transición fue un proceso exitoso de política posible, liderado por los herederos de Franco, mediante un pacto con la oposición básicamente de izquierdas, y especificamente con la comunista. Tan llamativo como el proceso de una transición de una dictadura a una democracia es el mantenimiento durante cuarenta años de una dictadura y el hecho constatable de que la larga agonía del dictador y su muerte fue acompañada de largas colas ante su capilla ardiente. Es decir, si no había precedentes de esa transición, era también porque los pueblos no suelen soportar durante tiempo una dictadura, y porque su prolongación provocaba un agotamiento. De hecho, el franquismo sociológico -orden y seiscientos- fue uno de los factores subyacentes en la transición, porque casi nadie en aquellas generaciones del tardofranquismo quería ni por asomo conflictos.

En esas moviolas de la historia pudo ser de otra forma, es preciso señalar la obviedad de que en un momento preciso la transición estuvo a punto de irse completamente al traste, y ello por errores en el modelo, como fue la ausencia de una reforma militar que jubilara a la exigua cúpula proveniente de la guerra civil. Fue la incomunicación entre el golpismo ultra de Tejero y el esotérico a la turca de concentración nacional de Armada, lo que también permite esa curiosidad de las encuestas de valoración de Franco y su régimen, que son una lucha antifranquista por sustitución, un regreso al pasado.

Hubo otros errores, o al menos imponderables, como la crisis ideológica de una izquierda ahíta de marxismo que pasó a mimetizarse con el nacionalismo y la sobreañadida legitimación progre de planteamientos reaccionarios y secesionistas, cuyas secuelas son manifiestas.

La transición fue o ha sido pacífica en comparación con la guerra civil, pero el hecho de que haya cerca de mil muertos por violencia política es un síntoma de que está inacabada. Incluso al margen de esa serie ininterrumpida de traumas personales y colectivos, lo democrático es considerar a la democracia en constante transición, en proceso de perfeccionamiento.

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