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Enrique de Diego

Los genes nacionalistas de la violencia

Iñaki Anasagasti y el PNV niegan la evidencia cuando rechazan la vinculación entre nacionalismo y violencia, la existencia de un gen e incluso pretenden que la reflexión sobre la materia es una muestra de mala fe. La evidencia ha vuelto a plasmarse en pleno corazón de Madrid. Los asesinos son nacionalistas. Se reclaman incluso los más nacionalistas. Son ellos los que se empeñan sobre la vida de los demás en identificar nacionalismo y violencia. La responsabilidad intelectual conlleva analizar los porqués de los hechos, sin establecer dogmas ni incriminatorios ni exculpatorios. En tales asesinos hay un gen marxista-leninista, y en ese sentido se ha avanzado en la identificación de Eta como movimiento totalitario-genocida. A esa conclusión ha llegado también, si bien con mucho retraso, el denominado nacionalismo democrático. Pero otro gen es nacionalista. Podría concebirse que sin la coyunda de ambos genes en una misma persona no cataliza en psicopatía, pero cuanto menos cabe sentenciar sin equívocos que la mezcla es explosiva.

De todas formas, de la terrible experiencia acumulada lo que percibimos, en los hechos, es que el totalitarismo siempre se ha dado acompañado de formas nacionalistas, como su sustrato básico, pues el único dogma marxiano abandonado por sistema antes de acceder al poder fue el internacionalismo proletario, tosco remedo del cosmopolitismo liberal. Como si tal elemento fuera un antídoto contra el totalitarismo, sin el que no podía manifestarse. No sólo los fascismos y el nazismo fueron la herejía nacionalista del marxismo, éste siempre ha triunfado como nacionalismo: Stalin, el nacionalista, Mao, el nacionalista, Pol Pot, el nacionalista, Castro, el nacionalista, Milosevic, el nacionalista.

Hay elementos peligrosos en el gen nacionalista. Uno es el historicismo, la consideración de que hay un fin en la historia, la construcción de algo inexistente, que propende a justificar los medios. Otro es la mentalidad colectiva de pueblo, que reduce la ética personal y los derechos individuales. Un tercero, la idea de canon que sitúa la pluralidad en términos de anomalía o disidencia. Estos dos últimos se compaginan con facilidad con la idea de que el extraño al grupo o el impuro tienen derechos distintos y limitados respecto al nacionalista como categoría moral.

Los etarras han vuelto a desmentir a Anasagasti en la vida y la seguridad de los constitucionalistas.

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