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Enrique de Diego

Martín Heidegger, el maestro irresponsable

Desde que Víctor Farias desmontara el proceso de ocultación del compromiso nazi de Heidegger se han prodigado las biografías sobre el filósofo alemán de Ser y tiempo. Poco queda por descubrir y escudriñar respecto a los hechos, pero se mantiene cierto debate latente en cuanto a las interpretaciones. La biografía de Rüdiger Safranski no aporta novedades fundamentales respecto a la de Hugo Ott, que diferenciaba ya entre vida y filosofía, reduciendo la condena a la vida. Safranski se apunta a ese criterio y da un paso más: el compromiso nacionalsocialista de Heidegger fue un paréntesis, sobre el que no hurta la crítica e incluso la descalificación. Considera que hizo llanamente el ridículo con sus pretensiones de caudillaje y de militarismo, reiterando que tuvo que abandonar el Rectorado de Friburgo por sus compulsivas pretensiones de duro, y porque el partido prefirió la tesis de una Universidad dedicada a lo suyo, pero sometida a sus tesis, que la de Heidegger de una Universidad militarizada dedicada a los fuegos de campamento y al paso de la oca. Pero considera que Heidegger (cuyos episodios de delación antisemita añaden un aspecto nauseabundo) fue salvado del compromiso por su propia filosofía. En ese sentido, respecto a las precedentes esta biografía está mejor armada desde el punto de vista filosófico.

La interpretación resulta piadosa pero inválida desde la propia filosofía de Heidegger, que reclama precisamente la coherencia como la virtud de su héroe. Coherencia independientemente de la valoración moral última, porque Heidegger es fundamentalmente un discípulo de Nietzsche. La voluntad exculpatoria puede resultar incluso contraproducente porque deja a Heidegger como hombre en la posición de mero oportunista, descentrado, errático y voluble, arrastrado por los acontecimientos. Heidegger aduce que Hegel ya se dejó deslumbrar por Napoleón. Su adhesión a Hitler (con sus “preciosas manos”) fue consecuencia del contenido historicista de su filosofía, según mantuvo mientras el nazismo estuvo en el poder, y la consideró como la consecuencia de la asunción por el pueblo alemán de la convicción de la “muerte de Dios”, un aspecto que elimina competencia al tirano para proceder a su propia divinización. Es llamativo cómo los filósofos y los intelectuales reclaman permanentemente la irresponsabilidad respecto a los efectos o las consecuencias de sus ideas. El caso Heidegger es más llamativo porque la esquizofrenia se lleva hasta la reducción al absurdo: se pide también irresponsabilidad respecto a los propios actos. El Heidegger político no fue otra cosa que un traidor al Heidegger filósofo. Los maestros se instalan de por vida en la cándida adolescencia.

De todas formas, puede admitirse el compromiso nazi como un elemento de confusión de Heidegger, porque su filosofía se basa precisamente en la confusión, en la retórica y en la sublimación. La diferenciación entre ser y ente es probablemente un plagio de la más interesante de Tomás de Aquino entre esencia y existencia, y conceptos como ser-ahí o nada son meramente verborrágicos. La metafísica es en Heidegger esoterismo, aunque tuvo el mérito estratégico de dotar a su estilo filosófico de un trasunto poético: la oscuridad presocrática con dosis de Hölderlin. Con frecuencia la oscuridad en filosofía no es otra cosa que la ocultación de una mentira o un intento de manipulación. Heidegger en eso efectivamente fue un maestro.

Martín Heidegger y su tiempo. Un maestro en Alemania. Rúdiger Safranski, Tusquets Editores. Colección Tiempo de Memoria, 541 páginas, 3.900 pesetas.

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