Un reportero rumano afincado en España, Alexandru Petrescu, ha hecho, para la revista “Interviú”, un periplo de turismo ideológico por la Euzkadi profunda. Como tal “guiri”, travestido de checo, eslovaco o moldavo, esas brillantes naciones que constituyen lo más parecido al paraíso nacionalista vasco, Petrescu ha conseguido algunas “perlas” que producirían intensa hilaridad si no fueran fascismo puro y duro, estricta irracionalidad, mentalidad prehistórica de aborigen y si no se parecieran como gotas de agua en su tosquedad al discurso del troglodita Arzalluz.
Así, en el bar anejo a Sabin Etxea (casa de Sabino, la antigua vivienda del fundador del PNV, hoy reconvertida en sede central del PNV), los parroquianos intentan ilustrarle sobre que el nieto de Noé trajo, desde la torre de Babel, la lengua de los vascos. Otro “sabio” peneuvista corrige: “El euskera es el idioma original de los europeos, o quizás el primero del mundo”. Simplista y casi infantil adanismo. Habla ahora el reportero: “Les intento explicar algún nexo de lo que dicen con la verdad, y les cuento de estudios antropológicos, de similitudes del euskera con lenguas bereberes y caucasianas. Para mí que se han cabreado. Cuando les cuento que en Euzkal Herria hubo cuatro pueblos, vascones, caristios, várdulos y autrigones, y cuando les hablo de las provincias de Zuberoa, Lapurdi y Benavarra, cortan: Tú sabes más de la cuenta y deciden que cada uno paga lo suyo. Vale, me voy”. La erudición resulta sospechosa, pero aún más difícil imaginar a “europeos” manteniendo debates con implicaciones políticas sobre la base de tiempos prehistóricos. Es alucinante.
Las “perlas” son tan excesivas de irracionalidad de dolmen que basta recoger algunas de las más significativas: “Somos los últimos de la población aborigen europea”. Uno no se imaginaba que en Europa hubiera aborígenes, pero son misterios de las pesadillas nacionalistas. Luego está ese elemento del odio. El nacionalista odia porque tiene complejo de inferioridad, se cree inferior, pero hay odios que no superan el nivel de chiste malo de prostíbulo: “¿En que os diferenciáis las vascas y las españolas? Porque yo no veo diferencia”, sugiere el reportero. Contesta la camarera con prosapia de racismo elemental: “las maketas son guarras, gitanas y moras, y taponas, culonas, masoquistas que admiten palizas de su marido como si fuera una virtud y les gusta hacerlo por detrás. Es que cuando estaba el cabrón (por Franco) no había aborto, y ellas, para no quedarse embarazadas, y como no le podían decir que no al marido...; se les ha quedado la costumbre”. Lo peculiar de tales exabruptos de indigencia mental, mutans mutandis, es que están calcados de la mentalidad de Sabino Arana, ese ideólogo de tres al cuarto. No falta en este viaje a la estupidez totalitaria, convertidos vascos y españoles en categorías morales, más bien en entes tribales, alguna dosis de dialéctica marxista: “Para el joven de Azcoitia, el capitalismo es el gusano que roe la salud de la vida campesina, y los de Madrid, gente que parasita a los vascos, que les beben hasta la clorofila de las barras de la ikurriña”.
Estas cosas se suponen que existen pero resulta hasta desagradable ver reflejada una realidad que demuestra déficit de racionalismo crítico y civilización. Falta no de buena educación, de educación simple y llana. El nacionalismo como barbarie. El nacionalismo como prehistoria, como anclaje en la caverna no precisamente platónica.
Hay que dar gracias de que Atapuerca esté situada en Burgos y no en Elorrio o en Rentería, porque da risa y pavor pensar en la utilización que habrían hecho del “homo ancestor”, elevado a la categoría de primer antepasado de Arzalluz, Ibarretxe, Balza e Imaz. Incluso de Anasagasti. Habría, de seguro, motivo para denunciar a los “impuros” europeos por tales “aborígenes”. ¡Qué argumento imperialista! El hecho de que fuera, al parecer, canibalizado, seguramente hubiera sido a causa de la opresión imperialista de alguna banda de españoles, de maketos sedientos de carne pura.
Todavía hay que agradecer mucho más la modestia de los burgaleses que no han reclamado, sobre la base de tal descubrimiento arqueológico, ninguna preeminencia ni ninguna “nación” burgalesa –como se decía en la Edad Media– que incluiría desde Treviño a las tres provincias vascas, donde en algún momento llegaron unos invasores advenedizos. Claro que si el “homo ancestor” hablaba, ¿en qué lo hacía, en euskera, en castellano, en arameo? He ahí la cuestión. De eso depende nuestro futuro. O tempora, o mores!
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