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Enrique de Diego

Nazis, comunistas, sobre todo... nacionalistas

Con creciente frecuencia, los etarras y sus acólitos son tildados de nazis o de fascistas. Es notoria, al tiempo, su adhesión a los principios del marxismo-leninismo. ¿Nazis? ¿Comunistas? Sobre todo, nacionalistas.

Los nazis eran conocidos popularmente en los años treinta como los bistecks, porque eran negros por fuera y rojos por dentro. La tesis de que nazismo y bolchevismo pertenecen a un mismo mundo moral y son básicas las semejanzas fue defendida por Friedrich A. Hayek en “Camino de Servidumbre”. Hannah Arendt definió la existencia de un ámbito común: el totalitarismo. En el campo historiográfico, tuvo especial resonancia la tesis de Francois Furet sobre la similitud de ambas ideologías. Paul Johnson considera el nazismo, y los fascismos en general, como una herejía del marxismo-leninismo, en la que se cambia el internacionalismo por el nacionalismo y el concepto de clase por el de raza.

Casi todos los dirigentes fascistas de los años treinta, efectivamente, provenían de partidos comunistas o socialistas de impronta leninista: Mussolini era el número tres del PSI, el jefe de su ala extremista y el encargado de velar por la ortodoxia desde su puesto de director del periódico del partido. Quisling, en Noruega, y Laval, en Francia, eran dirigentes socialistas. El testimonial fascismo inglés fue una escisión del laborismo. Y el SNAP de Hitler era nacional-socialista e insistía en la virtualidad de ambos conceptos. Los últimos días de Hitler y Goebbels son una permanente autocrítica respecto a la necesidad de haber sido más socialistas y haber exterminado a la burguesía alemana, no sólo a la judía.

Fascismo y comunismo son contrarios a la democracia y al liberalismo, niegan la propiedad privada y propugnan la planificación económica (el nazismo terminó restringiendo ese principio a los judíos y siguiendo un “socialismo de guerra” a la vista del fracaso de Lenin y en la línea de la NEP). Ambos son partidarios del poder total del Estado, del partido único, y piensan en categorías colectivistas y esencialistas que niegan el individuo y la libertad personal. También ambos consideraron la violencia y el exterminio como un instrumento necesario y virtuoso para imponer sus criterios mediante el asesinato y el miedo, y para ir hacia su modelo de sociedad y de hombre nuevo.

La diferencia entre el internacionalismo proletario del marxismo-leninismo y el nacionalismo de los fascismos ha de ser revisada, por cuanto el internacionalismo fue aspecto retórico que nunca se llevó a la práctica y se abandonó incluso antes de llegar al poder o se utilizó como coartada imperialista casi siempre mezclada con un componente etnicista (la URSS era el imperio de los grandes rusos blancos). El internacionalismo terminó siendo una herejía y una traición troskystas en Rusia. Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot...han sido tiranos nacionalistas, como lo es Fidel Castro.

En sentido estricto, los etarras y los batasunos son ideológicamente bolcheviques y marxistas-leninistas, aunque han llegado en sí a la síntesis de los totalitarismos y son la confirmación práctica de su identidad profunda, porque sus esquemas esencialistas asumen tanto el concepto de clase como el de raza, y por eso son también nazis en estado puro, más allá de la descalificación o de la estricta referencia a la utilización de la violencia en bandas y grupos, y mediante matones, que era el modus operandi de los nazis pero también de los bolcheviques. Una parte de sus genes viene de Sabino Arana, un peculiar fundamentalista católico (el catolicismo no es compatible con el nacionalismo porque éste niega la universalidad de la redención –sólo se supone redimida a la raza pura- y del código universal de moral), grotescamente etnicista, muy cercano a la tosquedad intelectual del Ku Klus Klan.

Etarras y batasunos pueden ser definidos como comunistas y como nazis. Son fundamentalmente nacionalistas, porque el nacionalismo surgido de la corriente del estado nacional, que nace con Fichte en la Alemania postnapoleónica, sobre la base de una identidad unívoca, constituye el mínimo común denominador de todo totalitarismo. Ya he dicho que es sintomático que quienes asesinaron a cientos de millones de personas para adecuarse a “verdades científicas” como la supresión de la propiedad privada o la dictadura del proletariado, abandonaron sin excepción y casi sin debate el internacionalismo, como si fuera antídoto incompatible con el totalitarismo. Cuando éste desaparece o se resquebraja, el último reducto sobre el que resiste, y aún se rearma, como en Serbia, es el nacionalismo. El terrorismo etarra es terrorismo nacionalista, de ahí que en las zonas en las que el nacionalismo decrece como caldo de cultivo (verbigracia, Navarra o Álava) decrece igualmente y en la misma medida la leva y la práctica del terrorismo.

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