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La campaña de los monárquicos de toda la vida destaca, en primer lugar, por su mal gusto. Resulta difícil de entender que cuando se reivindican nociones grandilocuentes como el deber al tiempo se agreda a las personas o a las profesiones con mal estilo y prejuicios sexistas. Nada les ha hecho Eva Sannum a tales monárquicos oficiales de peluca empolvada para legitimar una campaña de desprestigio. Tampoco es sostenible la subliminal especie de la existencia de una supuesta Constitución histórica o metahistórica, previa y aún superior a la Constitución española, que tocaría a tal camarilla administrar como si tuvieran una autoridad moral de la que carece el resto de la sociedad. Tal cosa como una corte no está contemplada en la Constitución ni corresponde al sentido de la historia.

Lo preocupante de esta polémica, en los términos planteados, es que no sólo cuestiona la idoneidad de Eva Sannum para ser esposa del Príncipe, como en su día se hizo con la de Isabel Sartorius, que respondía más al modelo propuesto por los neocortesanos, sino que también lo hace respecto a la capacidad de elección de Felipe de Borbón. Nada dice la Constitución respecto a que la reina deba ser aceptada o elegida por una comisión de monárquicos de cuarta generación. Si esos monárquicos entienden que Felipe de Borbón no es capaz de elegir libre y responsablemente a la mujer que compartirá sus afectos y su destino, no siembran dudas tanto sobre Eva Sannum sino sobre el propio heredero, haciendo un flaco favor a su propia causa.

El planteamiento que subyace en el fondo respecto a que la elección debe recaer en una “profesional” es, a pesar de su apariencia estética, una ocurrencia irracional. Si lo que se quiere decir es que debe ser una mujer capaz de supeditar su felicidad personal, y sus derechos como cónyuge, al interés general, tal modelo de mujer no sólo está periclitado sino que resulta ofensivo e indeseable. El falso principio responde, en cualquier caso, a los tiempos en que había aristócratas y plebeyos, señores y vasallos, nobles y pecheros, y en los que la monarquía se consideraba el producto de una misteriosa elección divina. Tal planteamiento es groseramente antidemocrático. El Príncipe tiene derecho a elegir y, como tal, a acertar o a equivocarse, sin que la monarquía pueda concebirse como patrimonio de una camarilla cortesana. Si consideran que el Príncipe no está capacitado para elegir, no deben andarse con rodeos ni perpetrar campañas de desprestigio hacia terceras personas. Respecto al precedente subyacente: ¿Han sido las nueras las que han hecho daño a la monarquía británica? ¿No ha sido más bien el Príncipe Carlos con sus menages à trois? ¿Es acaso más aceptable Camila que Lady Di?

Son estos monárquicos oficiales de peluca empolvada los que hacen más daño a la Monarquía so pretexto de rancias esencias de castillos medievales.

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