Menú
Enrique de Diego

Perú, la quiebra del realismo político

La evolución de los acontecimientos en Perú deja en ridículo a la diplomacia española. Puede decirse incluso que es la quiebra de toda una mentalidad de realismo político. El gobierno español se apresuró a reconocer la legitimidad de las elecciones, a respaldar a Fujimori y a recomendar a Alejandro Toledo que no hiciera nada que pusiera en riesgo la “estabilidad” de Perú. La contradicción última del realismo político, de honda raíz conservadora, es que suele tender a considerar a las dictaduras como sistemas estables, y no como la intrínseca inestabilidad moral. La estabilidad de Perú no estaba amenazada por Alejandro Toledo -como subliminalmente sugería el gobierno español- sino por Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, como con coraje civil denunciaba el primero.

La explicación más benigna para justificar esa adhesión acrítica y amoral a la “estabilidad” es que el sentido último de nuestra diplomacia es defender los intereses de las empresas españolas. En zonas de abundante corrupción, da cierto pavor pensar en las consecuencias posibles de ese esquema. Ese esquema ha quebrado en la imagen bastante penosa del anterior ministro de asuntos exteriores, Abel Matutes, defendiendo los intereses de las empresas de sus hijas. Pero en cualquier caso no puede ser el principio único ni el más decisivo en la diplomacia de una democracia, donde el valor de la libertad y el respeto a los derechos personales deben primar.

La ausencia de algo similar -Josep Piqué parece la quintaesencia de ese realismo político- es lo que convierte en inoperantes las cumbres iberoamericanas o incluso en mero escenario de propaganda para el último dictador de turno o el dictador de siempre, y lo que permite entender que la negativa de Castro a condenar a Eta no sea contestada con una propuesta de condena a las violaciones de los derechos humanos por la dictadura castrista.

La postura de nuestro gobierno en Perú hubiera sido censurable en cualquier caso, independientemente de la evolución de los hechos. Aunque resulta llamativo hasta qué punto han puesto en evidencia a la diplomacia española y a su falta de orientación ética.

En Opinión