Es muy probable que Josep Piqué debiera haber dimitido hace bastante tiempo. Haber sido el hombre de confianza de Javier de la Rosa, quien se encuentra encarcelado, no es el mejor aval. Lo de Ercros no hay por donde cogerlo, desde el punto de vista político. Las llamadas responsabilidades políticas hacen referencia a un criterio moral, de ejemplaridad necesaria para transitar por la vida pública, que, como dice el presidente del Gobierno, no determinan los tribunales, porque son, en contra de lo que ahora dice Aznar, previas. Lo que se defendió y asumió Aznar es que no había más remedio que asumir responsabilidades políticas cuando alguien era procesado, al margen de su inocencia, porque se entendía que desde fuera de la vida pública podía desarrollar mejor su defensa sin implicar a un partido o a un Gobierno en un proceso de corrupción moral. Pero eso era lo mínimo, no lo máximo.
No resulta alentador, desde luego, que un ministro que nos representa en el extranjero esté entre Pinto y Valdemoro en el Supremo. Máxime cuanto se trata de una cuestión privada o empresarial, previa a su incorporación a la política. El PP debía haber dado ejemplo de regeneración ética, pero Piqué lleva años siendo el garbanzo en su zapato moral. No sólo aguanta, merced a su conocida amistad con Aznar, sino que, en una especie de huida hacia delante, ha ido ganando posiciones, con un ministerio tan relevante como el de Exteriores y liderando el PP catalán, tras llegar al aznarismo como cuota parte o recomendado del pujolismo.
Lo de Ercros no estuvo bien y Piqué aparece con su firma como el negociador. Lo demás, huelga y es comentario. Es obvio que no pertenece al terreno de su actividad política. Puede ser que salga libre del Supremo, pero esa no es la cuestión o toda la cuestión. Sea cual sea el final de la historia, Piqué habrá utilizado su amistad con el presidente del Gobierno para elevar el listón de la tolerancia a las conductas dudosas en el Partido Popular. Es la paja en el ojo popular.
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