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Enrique de Diego

¿Por qué no se enfada Zapatero con Elorza?

José Luis Rodríguez Zapatero está indignado porque el PP plantee como debate los riesgos presentes para la unidad de España, y la falta de compromiso, en tal materia clave, del partido socialista. Bueno, Zapatero habla de la “desintegración del Estado”, porque en la izquierda el concepto España mantiene un cierto malditismo, que hace aconsejable el eufemismo y el circunloquio. La cuestión la puso sobre la mesa Jaime Mayor Oreja en Trujillo y la ha seguido José María Aznar, saliendo al ruedo con muy marcado tono electoral, después de uno de esos cíclicos sesteos monclovitas.

Resulta razonable el enfado de Zapatero en un doble sentido. Del análisis de sus actuaciones y declaraciones no se deduce riesgo alguno para la unidad de España, y un compromiso claro con la Constitución de 1978, o con la existencia de una sola Constitución para toda la geografía nacional. También resulta razonable el malestar. Es materia en la que el PSOE se mueve mal, con muchas vías de agua en el casco, y por ello no le viene nada bien un debate público.

Pero sería mucho más razonable que Zapatero se enfadara con Pasqual Maragall cuando publica su postura a favor de reformar la Constitución y superar su marco o cuando Odón Elorza mimetiza a Ibarretxe y se muestra favorable a un referéndum para secesionar el País Vasco de España. O, cuando después de dar el paso hacia la ilegalidad y la independencia, Benegas sigue aspirando a gobernar con el PNV, y Javier Rojo convierte el error del pasado en el ideal de futuro, so capa de gobierno de concentración.

Hay muchos datos más para indicar que el partido socialista es hoy un peligro para la unidad de España, por mucho que duela decirlo y por mucho que le duela a Zapatero, para quien sería más conveniente negar la realidad. Está, por ejemplo, la oposición al Plan Hidrológico Nacional, en nombre de concepciones telúricas, que no hacen otra cosa que inflar otro nacionalismo, como es el de la Chunta Aragonesista.

El fortalecimiento de la unidad de España es la gran cuestión del momento. Y lo lleva siendo desde el comienzo de la transición. Ahora es ya acuciante, porque el PNV ha pasado el Rubicón de la ambigüedad, lo que pone mucho más en evidencia la galopante ambigüedad del PSOE. Ha sido Zapatero, y no otro, por mucho que sus buenas intenciones y compromisos sean indudables, el que desalojó a Nicolás Redondo de la secretaría general del PSE, precisamente por su compromiso nítido con la Constitución de 1978 y la unidad nacional. Cuestión, ésta última, que no hay día en que algún dirigente socialista no cuestione desde el más abigarrado nacionalismo secesionista. Es notorio que Zapatero no puede poner orden en su partido. No puede, por ejemplo, relevar a Maragall, ni dar la vuelta al PSC, cuya deriva nacionalista viene del mismo inicio de la transición. Debería expulsar a Odón Elorza, pues ningún sentido tiene contar con un independentista en el partido de Pablo Iglesias. No puede.

Pero tampoco puede pedir al resto del mundo que ignoremos ese guirigay y miremos hacia otra parte cuando se trata de la cuestión clave desde todos los puntos de vista, ni que se considere preocupante esta especie de confederación de partidos nacionalistas que él lidera.

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