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La Declaración de Barcelona es un anexo de Estella/Lizarra. Sigue vigente. Es el apoyo a la tesis de Arzalluz de la construcción nacional y a la unidad de las fuerzas nacionalistas incluida la banda terrorista. Jordi Pujol es coherente al sentirse aludido porque participa del esquema del árbol y las nueces. Los que son incoherentes son PP y PSOE sugiriendo su firma. Le ponen en un compromiso. Es cierto que el pacto no es contra el nacionalismo. El preámbulo no va más allá de las verdades del barquero respecto a un error estratégico que Eta se encarga de intensificar con su incremento de la psicopatía hasta pretender una masacra de profesores y alevines de periodistas en la Universidad del País Vasco.

La cuestión es que la coherencia de Pujol plantea el inquietante interrogante de si existe un relativismo moral inherente al nacionalismo y una legitimación implícita de la violencia para imponer un canon tribal. Las tesis de Duran i Lleida, bien miradas, pertenecen al mismo mundo mental que Estella/Lizarra.

El recrudecimiento de la ofensiva terrorista en Cataluña se mueve en los parámetros comunes: son los constitucionalistas los que están en el punto de mira de los terroristas nacionalistas, mientras los nacionalistas no terroristas están seguros de no ser el objetivo. Así que, en cuestión de relación coste/beneficio, de síndrome de Estocolmo y de miedo la postura de Pujol es igualmente coherente. En materia de libertad, sin embargo, el nacionalismo catalán empieza a mostrarse regular tirando a malo.