La primera revelación sabiniana se reduce a Bizkaya. Si la proyección evolutiva de Bizkaya había sido el reino de Castilla y la de ésta, España, la entrega de España al liberalismo y su traición a la legitimidad fundamentalista, retrotraía el proceso a sus orígenes. La historia es el desarrollo de un engaño y una traición secular. Esto es una intepretación. La del protagonista, incluye un aspecto transcendente. En el jardín familiar, ha descubierto una fe que debe predicar: “Y el lema Jaun-Goukua eta Lagi-Zarra (Dios y Ley Vieja) iluminó mi mente y absorbió toda mi atención y Jaun-Goikua eta Lagi-Zarra se grabó en mi corazón para nunca más borrarse”. Euzkadi es dios y Sabin su profeta.
En el prólogo a “De su alma y de su pluma”, Manuel de Eguileor –uno de sus discípulos de la primera hora y diputado del PNV en las Cortes de la II República— estampó estas emocionadas palabras sacralizadoras: “Ahí tienes las palabras de Arana-Goiri tar Sabin, el Maestro: palabras luminosas, tras la ceguera secular de la raza; profundas, como si el silencio racial durante siglos, en este aspecto del propio conocimiento, hubiese sido fructífera meditación; taumatúrgicas, porque levantaron a Euzkadi de su inconsciencia mortífera; creadoras de nueva vida nacional, al infundir en las entrañas de la raza más vieja de la tierra el anhelo novísimo de supervivencia y renovación; aquel anhelo que se condensa maravillosamente en una palabra, la que no acertó a sacar durante cuarenta siglos nuestra raza del fondo de su alma, palabra mágica creada por el genio inmortal de nuestro Maestro: ¡Euzkadi!”.
Apartemos la hojarasca pseudoreligiosa a un lado, para señalar simplemente que la reflexión no destaca por su racionalidad salvo en la demostración de que no se reivindica nada preexistente sino que se establece una invención mágica. Tanta “ceguera secular”, tanto “silencio racial”, tanta “inconsistencia mortífera” durante cuanto menos “cuarenta siglos” por parte de la “raza más vieja de la tierra” –¿acaso una subliminal reivindicación de unos Adán y Eva euskéricos?— lo que implica es una negación de la historia real y de la evolución humana: un creacionismo ideológico. Si Euzkadi fue creada en el jardín de Abando –y lo fue, como destaca Eguileor— es que no ha existido nunca: sólo puede construirse –en la terminología actual— lo que nunca existió.
La consecuencia inmediata es que el debate histórico con el nacionalismo es ocioso, porque el nacionalismo es un emotivismo, un irracionalismo y se reclama inspirado, metahistórico. Con el vasco, más que con ningún otro, porque es creación desde la nada, ex nihilo. El nacionalismo no sacraliza la historia sino su interpretación. Es ésta la que deja de ser libre y pasa a ser objetiva y suplanta al hecho. De esa forma, la fuente de la historia es el propio fundador, porque su nueva luz establece un antes y un después. Lo anterior pasa a ser reinterpretado. “Guipuzkoa y Alaba nombran para rey suyo al Rey de Castilla, pero nunca se unieron a ese reino español...Había unión de distintas y diferentes realezas en un mismo sujeto, pero no unión política de los Estados vascos en el Estado español”. O: “Consecuencia de la institución de la forma señorial fue el que llegase un día en el que el Señor de Bizcaya fuese a la vez Rey de España”.
El dogmatismo no se para ante el pasado y se introduce en el presente. “Falso es asimismo que se haya realizado jamás unión política alguna entre Bizcaya y Castilla. Desde aquel Juan III de Bizcaya y I de Castilla hasta el último Rey español que ha sido al propio tiempo Señor de Bizcaya, las cosas no han variado en lo más mínimo”. No es cuestión de historia sino de fe, mas cuando la fe contradice la razón es superstición y empecinamiento. Pero al suplantar la interpretación al hecho como verdad los recursos se multiplican. Cuando los hechos se resisten demasiado, entonces basta recurrir al expediente censor de la traición.
De esta forma, los antepasados, sin ellos saberlo, eran traidores a la fe de Sabin, pero esta ignorancia invencible de la revelación futura no les exime de culpa. “¡Malditos sean los bizkainos de principios del siglo que, conociendo tu historia y tus leyes, no quisieron, sin embargo, reconstituir en toda su pureza el espíritu de la nacionalidad, ya ciertamente degenerado por el desconocimiento de las instituciones patrias y prefirieron llamar madre a una nación extraña y envilecida y compatir tu suerte con tus eternos enemigos!”. La traición es secular. “¡No sabían los bizkainos del siglo noveno, que con la sangre que derramaban por la Patria, engendraban hijos que habían de hacerles traición!”.
Tanta traición acumulada hasta la revelación de Abando lo que genera es un sobreabundante complejo de culpa. Sabin, en cuestiones de historia, es lo más parecido a un Savonarola, a un inquisidor que llama a todos a su tribunal para establecer su dictamen. Así, cualquiera. Hay siglos enteros condenados: desde el nueve en adelante no se salva nadie. Las sentencias no son más benignas para su presente. “Que no en balde hay una historia que testifica, así los grandes hechos como las más rastreras vilezas; y cuando el bizkaino del siglo próximo ojee la historia del presente y vea la ínfame bajeza con que sus padres se entregaron al español y besaron su planta, tanta indignación habrán de sentir y náuseas tantas...” Más aún: “Ciertamente, no le falta de todo a la Bizkaya de hoy para parecer engendrada por maketos”. El prejuicio elevado al altar de la objetividad.
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