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Sabin resume su autobiografía: “Por la Patria desde hace diez años estoy trabajando; por ella dejé la carrera, pues me parecía indigno el ocupar mi poca actividad en acopiar bienes de fortuna para la familia que andando el tiempo pudiera constituir, y sí hasta ahora tan poco he producido, ha sido por la negativa pasión de la pereza, que por desdicha largas temporadas me ha tenido dominado”.

Es hombre con misión: “Si mi Patria fuera libre ni mi opúsculo hubiese jamás aparecido a la luz pública, ni yo me habría entregado con mis cortas fuerzas al estudio de las leyes, la historia y la lengua de Bizkaya, al que nunca me sentí inclinado por natural afición”. Tampoco falta la disposición al martirologio retórico: “Yo no quiero nada para mí, todo lo quiero para Bizkaya; ahora mismo, y no una sino cien veces, daría mi cuello a la cuchilla sin pretender ni la memoria de mi nombre, si supiese que con mi muerte habría de revivir mi Patria”.

Sabin colecciona prejuicios sin parar mientes en pretender un mínimo de racionalización. Por supuesto, contra el liberalismo: “Tampoco soy liberal, sino que aborrezco cordialmente todo liberalismo, desde el más radical al más moderado” ya que “la peregrina libertad del liberalismo es la libertad de Satanás” y, al fin y al cabo, “todas las manifestaciones anticristianas y acristianas se resuelven en triángulos de un cierto género y por medio de un triángulo se explican: el triángulo masónico”. Cuando hay por medio la posibilidad de establecer un prejuicio, no se pierde en recovecos: “¿Queréis conocer la moral del liberalismo? Revisad las cárceles, los garitos y los lupanares: siempre los hallaréis concurridos de liberales”.

Pero donde se desboca irremisiblemente es a la hora de execrar a una nueva forma colectiva de diablos: los maketos, los emigrantes. El maketismo es la peste, es infeccioso, el mal con ausencia de todo bien, y la corrupción sin paliativos en todos los frentes: moral, religiosa y racial. Es mal espiritual y físico. Los maketos no son pecadores, son el pecado en sí. Nada de la ingenuidad del entrañable Tartarín ni el idealismo desvariado de El Quijote. Estamos ante un precursor de la limpieza étnica, con tonos de cruzada, ante la que ni tan siquiera cabe la neutralidad, porque quien no se sume al prejuicio está ya condenado eternamente. El infierno no es otra cosa que maketolandia. “La sociedad euskeriana, hermanada y confundida con el pueblo español, que malea las inteligencias y los corazones de sus hijos y mata sus almas, está pues apartada de su fin, está perdiendo a sus hijos, está pecando contra Dios”.

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