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Desde que se planteó en Libertaddigital el debate sobre la sucesión de Aznar -ver mis artículos “El error de Aznar” (23-10-2000) o “Más sobre el error de Aznar” (28-10-2000)- algunos de los supuestos analizados no han hecho otra cosa que tomar fuerza. Primero: el PP no ha aclarado el mecanismo de la sucesión -Aznar accedió a la candidatura en medio de la casi traumática herencia de Fraga-. Segundo: la limitación de mandatos voluntaria y no por imperativo legal beneficia a José Luis Rodríguez Zapatero situándole como heredero de hecho del aznarismo con solo mimetizarse, porque no existe incentivo en Aznar -al no ser competidores- para debilitar al jefe de la oposición y ese esquema de parálisis se traslada a la estructura de su partido. Tercero: dejar el debate de la sucesión hasta el 2003 puede ser una irresponsabilidad y sitúa previsiblemente al heredero popular en una situación difícil, casi de perdedor, sin tiempo ni capacidad de maniobra, y menos aún si se produjera algún debate interno.

La revista “Época” publicó una encuesta muy interesante y reveladora de la confusión existente en el electorado sobre la materia y hubo en Libertaddigital una interesante votación sobre posibles herederos. Todo esto retoma actualidad ante las declaraciones del vicepresidente primero del gobierno, Mariano Rajoy, que muestran la confusión -el número dos establece creencias y suposiciones- y abre una de las posibilidades más lógicas: Aznar puede ser de nuevo el cartel electoral del PP.

Salvo en la hipótesis de la mera frivolidad -nunca descartable-, hemos de suponer alguna sintonía entre Rajoy y su jefe directo para no tirarse a la piscina como mero adulador y crear ambiente sobre una posibilidad que una buena parte de los ciudadanos -ver la encuesta de “Época”- consideran correcta. Las circunstancias extraordinarias a las que hace referencia Rajoy para un cambio de disposición de Aznar pueden situarse en el conflicto vasco o en el proceso de construcción europea. Incluso en el hecho de que el mismo esquema del aznarismo no ha facilitado el surgimiento de herederos, dedicados los mejor situados precisamente a no parecerlo para evitar imagen de conspiradores.

El inconveniente se centra en la obviedad de que sería un incumplimiento de la palabra dada. Aznar hizo una de sus primeras campañas con un slogan bien sencillo: Palabra. Y las ulteriores han incidido en corolarios como hechos, compromiso... El electorado español ha demostrado notable comprensión para perdonar esos cambios de rumbo, y es lógico suponer que ésta no sería la excepción, aunque se produjera un deterioro de la credibilidad del presidente del Gobierno y algunos pensaran que se entraba en una línea de errores o medias verdades recorrida ya por el PSOE.

Las declaraciones de Mariano Rajoy, en cualquier caso, intensifican un debate que en ningún caso -ni por el bien del PP ni por el del sistema democrático en su conjunto- debe quedar aparcado hasta el 2003 con tonos de nebulosa autocrática, y que debe ser aclarado -en cuanto a sus posibilidades y sus mecanismos- cuanto antes. Es seguro que Aznar no encontraría resistencias en su partido a la posibilidad abierta por Rajoy -la expuso Fraga en el último Congreso y provocó la risa del presidente del Gobierno, pero ahora se trata de persona de la directa confianza de Aznar- y es lógico que un partido se niegue a hacer experimentos cuando considera que la gestión marcha por caminos positivos. En cualquier caso, la limitación de mandatos que tendría verdaderos efectos sobre el sistema sería la que obligara a todos los partidos mediante reforma legal.

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