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El ministro de Defensa español --a diferencia de Romano Prodi-- empezó suplantando a Javier Solana, el principal responsable de la descoordinación entre las fuerzas aéreas y el despliegue terrestre. Luego pasó a suplantar a Einstein sentenciando, sin un solo estudio científico, por una mezcla de intuición y prepotencia, que no había relación causa-efecto entre el uranio empobrecido y los casos de cáncer. No sólo las numerosas contradicciones en los mensajes --“no hay españoles en zonas bombardeadas por uranio empobrecido”, “no se recibió información de la OTAN”, “se recibió por vía militar pero no llegó a los gobiernos”, “no hay más casos que en la media de la población”-- han dejado al ministro con la credibilidad por los suelos, es que en su empeño de negar el problema el salto de la posición de político a la de científico le ha resultado letal.

Todos los indicios ulteriores van poniendo en evidencia al osado: la Marina británica abandona tal munición, se desvela que también se usó plutonio y ya se admiten dieciséis casos de cáncer entre los soldados que estuvieron en los Balcanes, lo que supone un 50 % más de lo normal en la población, si bien tropas jóvenes, entrenadas, en plena forma física, han de ser consideradas grupo específico. Entre la negación del problema, propio de prepotentes e incompetentes, y su reconocimiento hay algo más que la carrera política del ministro, está el mínimo de sensibilidad para adecuar medios de ayuda a las familias para hacer frente a su drama.