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El capitalismo es bueno para generar riqueza pero es incapaz de distribuirla. Nadie niega que vivamos en un buen momento económico pero al tiempo aumentan las desigualdades porque los beneficios no llegan a todos. Mientras en los países ricos se derrocha, en el mundo hay mil millones de pobres que se mueren de hambre. No se trata de impedir el mercado sino de establecer correcciones a su funcionamiento para evitar sus efectos perversos. La globalización puede traer beneficios pero acabará con la diversidad para imponer un modelo único.

Es muy recomendable que usted utilice de vez en cuanto estas frases. Que se mire al espejo y las ensaye. No recibirá ningún mal por decirlas en público. Quedará usted como un hombre sensato, preocupado y si su interlocutor es consciente de que está usted repitiendo falacias, en cualquier caso le tomará por un hombre de conciencia, sinceramente preocupado por el futuro de sus semejantes.

Este tipo de frases hechas de buen tono tratan de establecer una especie de pensamiento único para excitar nuestras fibras sensibles a cambio de nublar nuestra racionalidad. Con el aliciente de que dan un halo de ir contracorriente cuando son de uso común. Lo que exige compromiso es contradecir esa serie de tópicos insustanciales. Con esos latiguillos se puede asistir a cualquier reunión de izquierda, de derecha o de centro. Es la nueva beatería postmoderna. Una especie de marxismo light que combina bien con cierto cristianismo comprometido y con alguna socialdemocracia descreída. Resulta difícil saber por qué exactamente eso que llamamos capitalismo, y que tan eficaz ha sido en reducir la pobreza, sigue siendo una concepción maldita, inmoral y, lo que es peor, políticamente incorrecta.

Todas esas frases se mueven en el ámbito de las creencias, e incluso de las supersticiones porque tienen poco o nada que ver con el funcionamiento real de las cosas y con las posibilidades para solucionar los problemas de los hombres y con la apertura de oportunidades para los desheredados del mundo. Pero parece que para mantener la buena o mala conciencia de algunos es fundamental que las estadísticas sigan señalando un número abultado de pobres y de personas que se mueren de hambre. Donde hay más pobreza, más enfermedad y más hambruna es precisamente donde hay menos capitalismo, pero en cualquier caso el capitalismo es el culpable, se supone que precisamente por haberse demostrado como un antídoto eficaz y no las recetas estatistas y totalitarias de los que se empeñan en ejercer la dictadura de los bienpensantes.

Hace poco más de un siglo el hambre era en Europa una realidad tan mortífera como en los países de lo que conocemos como el tercer mundo. La conclusión inmediata es que el hambre tiene solución. Bastaría con liberalizar la tierra, eliminar los sistemas colectivistas y derrocar a los gobiernos corruptos que imponen esas restricciones para que el hambre se redujera sustancialmente.

Nadie, por ejemplo, se preocupa por ser solidario con Taiwan o con Corea del Sur. Ni las noticias de que los huracanes se acercan a Florida ponen en guardia a las organizaciones no gubernamentales o gubernamentales. Lo lógico sería estudiar las medidas que se han puesto en marcha en los lugares donde las fuerzas de la naturaleza no provocan tragedias humanas y donde se ha vencido al hambre. Pero eso, que parece tan racional y tan obvio, se supone que sería imponer un modelo. Hágamos, pues, mal a los pobres con tópicos y falacias, que tranquilicen nuestra conciencia. Eso es lo políticamente correcto aunque sea inmoral.

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