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Ha empezado una desobediencia civil en el PP contra el “no toca” aznarista. Un diputado popular me dice: “nosotros debemos hablar de bajar impuestos y no de la sucesión”. Dejo constancia, porque al menos hay uno que sigue a pies juntillas la consigna: excepción que confirma la regla. El domingo, Juan José Lucas, ya instalado en la presidencia del Senado, opinaba sin tapujos sobre la sucesión, recuperando el liderazgo del otrora poderoso grupo de presión castellano-leonés, muy deteriorado tras la crisis ministerial de julio. Pero nadie se había expresado hasta el momento con la claridad de Federico Trillo. El ministro de Defensa, seguro ya, pues hasta las elecciones sólo cabe esperar la salida del gabinete de los candidatos Josep Piqué y Jaume Matas –muy apegado al cargo, según opiniones coincidentes, y poco añorante de Mallorca–, cuestiona directamente la autocracia que resume ese “no toca”. La respuesta presidencial ha sido remitirse a los Estatutos del partido. Pero es ingenuidad pretender que la Junta Nacional es algo distinto de mera caja de resonancia.

Lo que para unos es cuestión de análisis, para los dirigentes populares empieza a ser motivo de preocupación. Una sucesión no negociada con los pares somete a estos a la incertidumbre de una posible jubilación, para la que no tienen el retiro dorado de la FAES, como el presidente del Gobierno, ni tanta capacidad para elegir lista, como Ana Botella. La conveniencia de un consenso viene dictada por elemental instinto de supervivencia y por decoro personal. Reivindicación de la capacidad de expresar opiniones previas a la adhesión inquebrantable.

Para Trillo, sí toca. Cada vez son más los que, en privado, opinan así en el PP. Aznar está dispuesto a aguantar hasta el 2003, sin variar los tiempos, pero muchos, en su propio gabinete, también quieren ver las vísceras del oráculo de La Moncloa. Porque les va mucho en ello. Para no hacer buena la acusación del PSOE: uno piensa por todos.

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