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Después de veinte años en el poder, el nacionalismo ha sido incapaz de resolver el problema de la violencia y de asegurar el disfrute de los derechos y libertades en las calles del País Vasco. Es ese uno de los más notorios fracasos del nacionalismo.

La persistente insidia de los nacionalistas respecto a que no existe una solución policial del conflicto no es más que una manipulación y el juego con la ficción de un Estado policial. La solución policial, entendida en el sentido democrático, de que los ciudadanos puedan exponer sus ideas libremente sin sufrir coacción ni riesgo para su vida no es ni tan siquiera “solución”, es el mínimo imprescindible de la convivencia y, por supuesto, la primera obligación de un Gobierno.

Jaime Mayor Oreja no sólo ha demostrado coraje personal y prudencia, sino que también se ha mostrado seguro y clarividente en la defensa de la libertad personal en el País Vasco y en el conjunto de España. Lo que nadie duda es que es un buen candidato. Lo es siempre quien, por compromiso democrático, está dispuesto a correr riesgos, como cada uno de los constitucionalistas en el País Vasco, donde se da la paradoja de que son los miembros de la oposición los que han de ir escoltados mientras los del gobierno pueden desarrollar su vida sin cortapisa alguna. Con eso está dicho todo o casi todo. Como también con el hecho evidente, de la praxis, de que el nacionalismo produce psicópatas como García Gaztelu, que superan en canibalismo al personaje de Anthony Hopkins en ese silencio de los corderos que el terrorismo quiere imponer como último proyecto totalitario en la vieja Europa.

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