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Suele denominarse como sistema la actuación práctica del Estado de Derecho. Hay muchas películas de los años sesenta-setenta que presentan al sistema (norteamericano) en conspiración contra el ciudadano a través de enrevesadas tramas. La realidad superó a la ficción durante el felipismo. Existe la certeza moral de que la parte denunciada de la corrupción, y aún más la perseguida, no pasa de ser la punta del iceberg. El emblema de esa etapa es Luis Roldán. Todavía está en la memoria colectiva la dificultad que representó su captura, las entrevistas concedidas desde sus escondites y su periplo mundial hasta terminar en Tailandia. Fugarse no sólo puede, sino que tiene precedentes. Además parece que no se ha recuperado el dinero. O sea, lo tiene él.

Con esos antecedentes, una juez ha decidido que tiene derecho a cuatro días de vacaciones en agosto. Lo de menos son las disputas sobrevenidas entre los ámbitos necesarios para tomar la decisión, lo de más es el hecho de que la Ley abre la posibilidad de tales “moscosos” (días de vacaciones funcionariales) carcelarios.

La existencia de las cárceles es uno de los peores inventos de la humanidad. Está directamente relacionado con el mal y con la supervivencia de la especie, de la convivencia. Pero una vez sentada esa premisa, y desde el hecho de que el humanitarismo nos induce a todos a ser lo más benignos posibles, la cuestión es que tales vacaciones sitúan al sistema en términos de broma, casi similar a esas abultadísimas condenas de miles o cientos de años que son una pantalla de la realidad, sensiblemente más menguada. O a esos jueces que acumulan denuncias sobre malos tratos hasta que llega la de homicidio, o al moldavo que tenía siete causas pendientes y ni había pisado la cárcel, ni había sido juzgado, ni expulsado.

Roldán tendrá que decir en qué domicilio pasará las vacaciones y deberá contar, dado su puesto anterior de director de la Guardia Civil (un contrasentido que de seguro no previó el duque de Ahumada) con medidas especiales de seguridad y protección. Gasto, pues, para el contribuyente.

La cuestión es que el sistema español funciona bajo el principio de mala conciencia y no del de responsabilidad personal, pues nadie obligó a Roldán a dedicarse a robar a manos llenas. En esta confusión de los principios, en este relativismo de las leyes, se han dado fines de semana a violadores o se ha aprobado una Ley del Menor que parece pensada para primar el delito a corta edad y la formación de bandas de delincuentes.

Los fuertes resortes morales que aún conforman la sociedad española han ayudado a mitigar los efectos no perversos sino inducidos de esta broma de sistema. Pero hay cosas que dan risa y pena, al mismo tiempo. Es el caso de lo de Roldán. Pero de nuevo es sólo la punta del iceberg.

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