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La delicada situación del PSOE en el País Vasco, escenificada en su Congreso, no es una buena noticia para los socialistas, tampoco lo es para los populares. El objetivo de la estrategia del Gobierno pasa por el "sorpasso" de Jaime Mayor Oreja sobre el PNV y el mantenimiento del PSOE con los suficientes diputados para conseguir una “alternativa constitucionalista”, que el PP no puede conseguir en solitario.

Los problemas de reconstitución del socialismo -lógicos en un partido en la oposición cuyos resortes prebendarios están capitidisminuidos- y la sensibilidad del socialismo catalán mostrada en el funeral de Ernest Lluch han hecho que se haya producido un distanciamiento claro de Rodríguez Zapatero del presidente del Gobierno. La exhibición de artículos de Aznar en su etapa de AP es, en buena medida, munición dialéctica gastada, pero establece una radicalización de la confrontación en lo que tiene de deslegitimación.

El Gobierno está sopesando el análisis de que los socialistas desean la continuación del PNV en el Gobierno. O dicho a la inversa, tienen miedo escénico a un horizonte en el que se vieran obligados a votar un lehendakari del PP y a ir de la mano en un gobierno de coalición con su adversario político. Los problemas de conciencia y complejo de culpa que eso crearía pudo atisbarse en las mociones de censura, en las que Redondo Terreros expresó que no le gustaba votar con el PP. A día de hoy, un dilema tan esencial podría hacer estallar al PSOE vasco y al nacional.

La cuestión es que para su estrategia vasca, de la que depende el perfil histórico de Aznar en su definitiva legislatura, el PP necesita al PSOE. Y, en ese sentido, la política de firmeza, respaldada por los ciudadanos, puede generar al tiempo una imagen de prepotencia, de forma que Zapatero se sitúe en un plano de mayor moderación en base a esa palabra totem de diálogo. Una parte de la responsabilidad en esta situación cuanto menos delicada está también en el Gobierno, que no ha hecho hasta el momento la autocrítica de sus propios errores durante la etapa de la tregua-trampa. No es baladí recordar que con ese concepto en su día Mayor Oreja quedó “aislado” dentro del Gobierno y que el entorno de Aznar mantuvo criterios similares a los que ahora sostiene Zapatero. Quizás poder y autocrítica sean conceptos antitéticos. Pero reconocer el error propio del “diálogo” -dialogamos y nos equivocamos- sería conveniente para mostrar el error ajeno y conseguir esa “alternativa constitucionalista” que el PP -insisto- no puede construir en solitario y mucho menos en monopolio.

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