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Enrique de Diego

Zapatero se ancla en la izquierda casposa

Es asombroso que tras sonar los timbales por la renovación ideológica, dispuesta con clarines la nueva dirección socialista a resquebrajar los dogmatismos de la vieja izquierda, de la izquierda casposa, la Conferencia Política haya parido un ratón. Colorado, pero ratón. Mal empezó con el discurso de Manuel Chaves que sonaba lejano, como llegado de otros tiempos, de tiempos peores (de los de Prensa Sur), con esa cita testicular a Felipe González de que “hay que pensar con las tripas” y aquello de que no iban a salir menos socialistas y más neoliberales, pero peor aún fue el discurso de clausura de José Luis Rodríguez Zapatero, anclado en la izquierda fenecida, llena de buenas intenciones y compulsiva en la oferta de gasto público. Si tanto se ha hablado de centro, Zapatero dejó a Chaves en el centro, lo que tiene mucho mérito.

Ahora resulta que nuestra “tercera vía” son las viejas recetas fracasadas con Felipe González —el gran triunfador de la Conferencia Política— elevado al santoral socialista y situado como referencia de lo deseable. No es que para este viaje no se necesiten alforjas, es que ni tan siquiera ha habido viaje. El social-liberalismo está ignoto, es una entelequia, un flatus vocis, ausente de esa pérdida de tiempo intelectual que ha sido la tan traída y llevada Conferencia Política.

Algo ha debido pasar en la trastienda, entre las bambalinas, para que desde los prolegómenos provocadores se haya llegado a una conclusión vacua, con retahíla de las rancias monsergas: un anquilosado conservadurismo de izquierdas. A Zapatero le han leído la cartilla o es que lee —eso sí, sonriendo— el discurso que le pasan. Algo se podía sospechar a la vista de las enmiendas presentadas al documento base. Todas y cada una por la más estricta izquierda, por el estatismo puro y duro, por el amor apasionado a lo público, por la expansión del presupuesto y por la restricción de la capacidad de iniciativa de los individuos para trasvasarlo a un benéfico Estado de angelicales burócratas y políticos. Ni un solo despistado o disidente al canon, casi ya el libro de Petete. Para esto no hay que citar a Giddens ni a Rawls, basta con citar a Petete-González o alguna otra momia. Es lo que se hizo. La edad dorada fueron los gobiernos socialistas y lo que nos propone Zapatero es recuperar el paraíso. Decía que no tenía sus planos, pero resulta que el San Pedro socialista es Felipe y sus amigos nacionalistas.

Porque en la cuestión clave de la hora presente, en el talón de Aquiles de Zapatero, el secretario general estuvo de nuevo confuso, obsesionado con situar a Aznar como su único enemigo sin la más mínima referencia crítica a los nacionalistas, cuando estos están planteando, aquí y ahora, ni más ni menos que la secesión. Las interesantes declaraciones a la Cope no volvieron a aparecer. Todo es que Aznar no entiende la España plural y en su mandato “se han intensificado las tensiones territoriales”. Bueno, esto es Felipe en estado puro, en estado cínico, en estado resentido. O sea, si Ibarretxe y Arzalluz tensan la cuerda y piden la independencia, el “culpable” es Aznar. En términos lógicos, es una broma, una memez hilarante si no fuera cuestión seria en la que está en juego la libertad personal y los derechos de los individuos. España es un ámbito de pluralidad. No lo son ni la Euzkadi nacionalista, ni la Catalunya nacionalista, ni la Galicia del Bloque y del PSG. Puesto que el PSOE ha vuelto a González, nada más coherente que reivindicar el peor de los errores de Joaquín Almunia.

Por lo demás, echar dinero sobre cualquier problema, buenas intenciones, retórica de izquierdas hasta recuperar el antiamericanismo más “desde las tripas” e incluso, a pesar de las evidencias, aproximación al movimiento antiglobalización. El PSOE de Zapatero no tiene los planos del paraíso pero ha descubierto algunas islas baratarias sumergidas tras la caída del Muro: el tercermundismo, el no alineamiento...y el Estado de bienestar. Podría decirse que Zapatero ha hecho un giro a la izquierda si antes hubiera hecho algo. Para esto casi sería mejor que volviera González. Aunque quizás sea suficiente haber situado a Rodríguez Ibarra, con sus impuestos a los bancos, como ejemplo de modernidad.

Zapatero no ofreció nada nuevo; la vieja farmacopea gastada y llena de efectos perversos. No es, como se ha hecho costumbre señalar, un líder consolidado. Un líder se consolida cuando gana unas elecciones u obtiene cuanto menos un resultado de clara mejoría. Por ahora está preso de un partido —quizás también de grupos de presión al margen de los cauces representativos— incapaz de romper con sus tabúes, de renovar sus ideología, que semeja una religión. Los dogmas han resultado ser falsos pero los creyentes prefieren vivir en el engaño a abrirse a nuevos horizontes. El liberalismo, incluso edulcorado con social, ya se sabe, es pecado.

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