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Enrique Navarro

Estado de guerra COVID-19

El coste de esta pandemia excederá en mil veces el coste de haber dispuesto de una reserva estratégica de mascarillas, desinfectantes y material sanitario.

Es conocido que las epidemias han matado más gente a lo largo de la historia que las guerras, así que la primera cuestión que deberíamos plantearnos es porqué no estábamos preparados para algo que la lógica nos debería haber enseñado que podía ocurrir.

Desde que Martinus Beijerinck, Robert Koch y Louis Pasteur hace menos de ciento cincuenta años descubrieran la existencia de los virus y desarrollaron las primeras vacunas, hemos tenido importantes epidemias que han matado a centenares de millones de personas; más que las dos Guerras Mundiales, por lo que se debería haber previsto, no sólo la alta probabilidad de que una pandemia pudiera ocurrir, especialmente a medida que la globalización se incrementaba, sino que los procedimientos de actuación deberían estar establecidos a nivel internacional y los países más desarrollados como el nuestro, deberían haber dispuesto hace años de una reserva estratégica para atender este tipo de emergencias; al final acabamos improvisando y fabricando mascarillas con sábanas deprisa y corriendo.

El coste de esta pandemia excederá en mil veces el coste de haber dispuesto de una reserva estratégica de mascarillas, desinfectantes, material sanitario, etc. Debería haber existido un plan de utilización y movilización de hospitales y de otros establecimientos sanitarios. En definitiva, ante una situación previsible, ninguna acción de planificación ni preventiva se había adoptado. Los que visitan hospitales a diario y ven sus pasillos atestados seguro que entienden que el problema de esta pandemia, más allá de sus efectos mortales, es que nos ha pillado con un sistema sanitario que, a pesar de que sacamos mucho pecho de ser la repera, tiene deficiencias. "El mejor sistema de sanidad del mundo", no ha sido capaz de prevenir y reaccionar a tiempo, y no me refiero al personal sanitario, que son las primeras víctimas de esta improvisación.

Sin embargo, frente a otras amenazas, humanas, que han venido afectando a nuestra seguridad durante décadas, hemos conseguido evitar guerras y conflagraciones mundiales sólo por una razón, porque durante décadas nos hemos preparado militarmente para esta eventualidad. La gran mayoría de países desarrollados han invertido en tecnología militar, han armado ejércitos y han coordinado, a través de grandes organizaciones militares, los planes de prevención y de guerra, si fuera necesario para acabar con los enemigos.

Ante las grandes amenazas, muchas de las cuales tienen que ver con la miseria que afecta a una gran parte del Globo, los gobiernos y la OMS han sido ineficaces para evitar la propagación mundial del virus que nació en un mercado de una ciudad de la que nadie había oído hablar. La improvisación en la toma de decisiones amparada en el desconocimiento de su posible extensión ha sido un enemigo tan peligroso como el virus, máxime teniendo en cuenta que llevábamos a tres países por delante de nosotros.

Que España sea uno de los principales afectados por este virus es consecuencia de la incapacidad para evaluar el peligro anticipándose lo más posible a lo que se avecinaba, basado en el hecho de que tomar ciertas decisiones dolorosas a priori, en caso de error, hubieran sido letales para un gobierno. La sobreactuación de ahora no compensa la inacción de las primeras semanas. No se tomaron decisiones en la esperanza de que la cosa no fuera a mayores, cuando había suficientes razones para pensar lo contrario. Tenemos la impresión de que el cálculo electoral ha tenido mucho que ver con el proceso de toma de decisiones.

El coste económico de no estar preparados para circunstancias de catástrofes como guerras o pandemias, de no haber realizado los planes preventivos, de no haber invertido en nuestra seguridad, va a suponer una recesión brutal cuyos efectos se extenderán años. Y no se puede pasar por alto esta constante falta de atención a la seguridad de los ciudadanos cuando la principal razón de la existencia de los estados es proveer precisamente seguridad.

Poco ya se puede hacer contra esta pandemia, cuyos peores efectos están por llegar. Una cuarta parte de la población mundial no tiene internet, ni agua, ni hospitales, ni médicos, ni la posibilidad de acometer medidas de protección. En unos meses habrá vacunas en Occidente, y en un par de años estaremos inmunizados o podremos prevenir esta enfermedad, pero no tengamos duda de que otras pandemias volverán, es inevitable.

Podemos estimar que en África y en los sobrepoblados países de Asia, los muertos se contarán por millones. Bueno, de hecho no se contarán. La muerte traerá conflictos y salvapatrias que generarán grandes tensiones internacionales a consecuencia de las desigualdades que este virus va a provocar. El coronavirus va a ser a África y Asia lo que la peste a Europa en la Edad Media.

Esta amenaza creciente que supondrá la extensión del virus por amplias zonas del globo sin posibilidad de controlar su extensión nos hará más inseguros. La presión sobre la frontera sur de Europa, cuando la enfermedad se extienda por África nos obligará a una acción de control y prevención sin precedentes. Los ejércitos actuales serán insuficientes para evitar que estas amenazas acaben afectando a nuestra seguridad.

La crisis económica que será detonada por el virus traerá también más conflictos internos, los nacionalismos culparán a la globalización de las pandemias y promoverán el aislamiento; los movimientos populistas encontrarán apoyos crecientes a la vista de que los partidos tradicionales han sido incapaces de atender a su principal obligación que es atender a la seguridad de los ciudadanos. El coronavirus, como la depresión de 1929, o las guerras mundiales serán alegados para justificar cambios de timón políticos, económicos o sociales que poco tendrán que ver con el maldito bichito.

Es urgente que cuando la primera fase de la epidemia transcurra, los gobiernos actúen de forma urgente para atender a las situaciones de inseguridad que se generarán como consecuencia del impacto de la enfermedad en amplias partes del planeta; no podemos confiarnos de qué esto se arreglará solo, o devolviendo la liquidez a las empresas; de poco servirá si no somos capaces de controlar los efectos colaterales.

Ante esta amenaza, Occidente debe acometer un gran plan para llevar sistemas de salud modernos a todo el mundo; se ha visto que basta que un país no tenga los criterios de mínimos de salud y de gestión de la sanidad, para que todos estemos afectados por una epidemia. De poco sirve cerrar nuestras fronteras si la amenaza estará afuera y de forma creciente se extiende. Es urgente un plan Marshall en África, Asia y parte de América Latina, para imponer en todo el mundo un sistema sanitario que garantice un mundo más prospero y seguro. De poco servirá recuperar nuestra economía si no hacemos un gran esfuerzo en invertir en seguridad para contener las nuevas amenazas; si no aprendemos la lección y elaboramos planes globales de acción y si no se dispone de una reserva estratégica, esto puede volver a ocurrir y pronto; debemos ahorrar y no gastar para satisfacer necesidades insaciables, y acometer un gran plan de reconstrucción del planeta para esparcir la salud y el desarrollo económico. Solo así estaremos casi totalmente seguros.

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