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Enrique Navarro

Ha estallado la segunda guerra fría

Rusia y China han realizado en los últimos quince años un esfuerzo militar sin precedentes.

Rusia y China han realizado en los últimos quince años un esfuerzo militar sin precedentes.
Xi Jinping y Vladimir Putin | EFE

El 18 de marzo de 2018 seguramente pasará a la historia de las grandes fechas históricas; los politólogos afirmarán que este día comenzó una nueva guerra fría, quizás mucho más compleja y mortífera que la anterior, la Risk War.

En apenas dos días ha acontecido que el presidente chino Xi Jinping ha conseguido, por unanimidad de su propio partido, su pasaporte a la dictadura perpetua convirtiendo a China en la segunda potencia mundial sometida a un sistema liberal autoritario, muy similar al que Putin implantará en este supuesto último mandato que consiguió con una mayoría aplastante, incomprensible para un país que ha reducido su riqueza por habitante en los últimos años de una forma dramática, si no fuera porque Putin ha conseguido, más allá del monopolio de la información, un respaldo mayoritario del pueblo ruso que adora tener líderes fuertes en el Kremlin.

Desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial no se había producido en la historia moderna un momento como éste: la convivencia de dos grandes potencias militares y económicas con una clara ambición totalitaria y expansionista con capacidad para doblegar al resto del mundo, tal como Rusia y Alemania ambicionaron en los años treinta y casi lo consiguen.

Rusia y China han realizado en los últimos quince años un esfuerzo militar sin precedentes, disponiendo de un arsenal militar convencional y nuclear, tanto en tierra como en el espacio, formidable, capaz de sojuzgar a Occidente. Rusia ha venido realizando ingentes inversiones en modernizar su arsenal militar en los últimos veinte años y hoy sus buques y aviones de combate están presentes en muy diversos escenarios, y particularmente han hecho de Europa y sus costas su espacio interior, con continuas intrusiones que son de todo punto inaceptables en la lógica de las relaciones entre las naciones.

China, infinitamente superior a Rusia en lo económico, también lo es ahora en lo militar. Su arsenal se ha triplicado en calidad en los últimos veinte años y acaba de poner en servicio su avión de combate J-5, de quinta generación, dispuesto para enfrentarse al F-22 americano y al Eurofighter europeo. La botadura de su nuevo destructor, clase Renhai con misiles indetectables, de 12.000 toneladas para el mar del sur de China, una de las zonas más calientes del planeta, vino precedida de la entrada en operación de su segundo portaviones de 80.000 toneladas sobre los que pronto operarán los J-31, convirtiéndole en una plataforma formidable y evidencia el calentamiento de esta zona del mundo.

Si ahora estos dos grandes países con una capacidad nuclear al menos equiparable a la de Occidente con cientos de misiles, con capacidad nuclear estratégica, y miles de cabezas, van a estar gobernados por gobiernos autoritarios sin necesidad de someterse a nuevas elecciones, estaremos regresando a la peor pesadilla estratégica, similar a cuando Rusia hizo su primer ensayo nuclear.

Pero lo más preocupante es que esta guerra sí la podemos perder y por numerosas razones.

El nuevo fantasma que recorre Europa no requiere construir muros, ni desplegar vopos, o activar cientos de espías por todo el mundo. Dispone de una red cibernética mucho más eficaz que genera información tergiversada con claros objetivos y es capaz de manipular la verdad con absoluta impunidad. Dispone de una inmensa red de colaboradores que ni siquiera son conscientes de que están al servicio de los intereses de Rusia y de China.

La insistente y agresiva política rusa desde 2012 constituye sin duda la mayor amenaza a la libertad y seguridad de Europa desde la caída del muro de Berlín. La ocupación de Crimea, la intervención militar en Ucrania, las continuas incursiones navales y aéreas rusas sobre Europa forman parte de una clara estrategia de amedrentar a los europeos para ponerlos a los píes de Rusia. La intervención en Siria y la complicidad con los regímenes de Irán, Venezuela y Corea del Norte son una prueba manifiesta de que la estrategia es global y que tiene como objetivo desestabilizar al mundo occidental.

China, con el fortalecimiento de su presidente, continuará en un ambicioso esfuerzo militar mientras acelera la construcción de islas artificiales en el mar de China, su principal área de expansión con el objetivo de acceder a las importantes reservas de petróleo de la región a costa de Vietnam, Taiwán y Japón. Por cada buque de guerra que Europa pone a flote China pone tres, y por cada avión de combate nuevo, China pone cinco. Todo este gran esfuerzo para una economía que mantiene en la miseria a cientos de millones de personas, solo puede tener un objetivo expansionista evidente.

Rusia ya ha vuelto a los registros y la narrativa de la Guerra Fría con el asesinato impune de espías, en una clara demostración de que Rusia no paga traidores, pero con una absoluta impunidad y despreciando la soberanía de los países europeos. Al menos dieciocho personas ligadas a los servicios secretos rusos o a la oposición han sido asesinadas o muertas en extrañas circunstancias en los últimos años, lo que evidencia que los servicios de inteligencia rusos disponen en Londres, donde viven los mayores oligarcas huidos de Rusia, de una licencia 007.

La intervención de Rusia en las elecciones de Estados Unidos y en otros procesos en Europa son una clara muestra de que nos enfrentamos a un escenario de conflicto que nos retrotraerá a los peores años del enfrentamiento entre la Unión Soviética y Occidente sin necesidad de someter a capítulo a la disidencia comunista embebida en los sistemas democráticos occidentales.

Occidente pudo detener a Rusia porque acababa de derrotar al nazismo y disponía de una maquinaria militar gigantesca en Europa mientras que la Unión Soviética estaba hecha cenizas. Sólo el desarrollo nuclear y el crecimiento económico de las dos décadas posteriores permitieron a Rusia ponerse a la altura de Occidente militarmente. Sin embargo, una Europa con un fuerte liderazgo, en pleno proceso de construcción política y económica en una relación sin fisuras con Estados Unidos a través de la Alianza Atlántica, era un enemigo imbatible. Pero todas las razones y fundamentos que nos hicieron ganar la primera guerra fría han desaparecido.

El futuro de Estados Unidos es incierto ya que no podemos adivinar si lo que Trump está sembrando germinará o no. El gran fiasco del presidente es que no quiere oponerse militar y políticamente a Rusia y China, sino que quiere entrar en el contubernio entre las tres potencias para fortalecerse económicamente a costa del resto del mundo. Como ya no se trata de un conflicto ideológico de democracia contra comunismo, dialéctica que en Estados Unidos encajaba muy bien con los fuertes movimientos conservadores, sino de liberal autoritarismo frente a social democracia, Trump se encuentra más cómodo en el primer grupo de países que en el segundo. Pero todavía en Estados Unidos el sentimiento anti ruso está muy asentado y seguramente podríamos asistir a un cambio de política de Estados Unidos en la era post Trump.

La única manera de defendernos en esta "nueva gran partida de ajedrez", como la ha definido el embajador ruso en Londres para explicar la crisis de los espías, es una Alianza Atlántica más fuerte con un fuerte impulso militar para detener y aminorar las bravatas rusas y china.

Este risk war tiene implicaciones globales. La constante intervención de todas las grandes potencias en todos los conflictos y en todos los continentes, está obligando a todos los países a tomar partido por uno de los dos bandos en conflicto.

Todas las potencias medianas de las zonas calientes se están viendo obligadas a tomar partido por un bando, en unas alianzas estratégicas que podrían parecernos inviables. Pero así es la geoestrategia, y las consecuencias de estas acciones las estamos viendo de manera evidente en Siria.

Irán colabora con Rusia y el régimen de Asad así como con otros movimientos chiitas como Hizbula, mientras que Turquía está atacando, en su particular guerra, posiciones kurdas en Siria, el principal aliado de Occidente en esos momentos, debilitando al enemigo más poderoso de Asad y sus aliados. Tal como ya venía advirtiendo, podríamos abocarnos a un recrudecimiento del conflicto con la intervención militar directa de Turquía en Siria para masacrar una vez más a los kurdos, sin que debamos esperar mucho de Trump para defenderles, lo que generaría una bomba de relojería en toda la región abocada entonces a una guerra abierta de todos contra todos.

El muro de Berlín cayó hace casi treinta años; eso significa que una gran parte de la población ha crecido en un ambiente de distensión, y en muchos casos de monopolio estratégico norteamericano. Nuestros países no están preparados para volver a priorizar en el eje de las políticas públicas, la seguridad y la defensa, ahogados por demandas sociales inasumibles con un modelo económico que apenas crece desde hace años, y que sólo lo hace cuando el dinero es barato y las materias primas nos permiten una ilusión de liquidez. Un cambio de tendencia en estos dos pilares de nuestro desarrollo económico serían la puntilla de Occidente y situaría a Rusia en una posición envidiable para dominar a Europa.

Pero en el fondo, y como pasó en la Unión Soviética, esta desmedida ambición tiene una causa evidente, las debilidades económicas y sociales de ambos países. Putin sabe que Rusia languidece demográficamente y que en pocas décadas será un gran desierto. Sólo un liderazgo económico mundial le permitiría sostener una sociedad envejecida en un territorio demasiado extenso y despoblado. China también afrontará un fenómeno similar. La caída de la natalidad unida a la llegada a edades adultas avanzadas del baby boom, amenazan con destruir el sistema económico diseñado por Deng Xiao Ping. Ambas naciones saben que sin un cambio estratégico en el panorama mundial terminarán agotados y, sobre todo, con unas tensiones internas que dejarán evidencia a los regímenes totalitarios.

Si no somos conscientes de que los riesgos son reales y de que estamos abocados a una situación de permanente conflicto, viviendo siempre al límite de una gran conflagración, seguiremos ahondando en nuestros problemas, que nos harán más débiles. Otros políticos de menos percha y más elementos testiculares serán necesarios para manejar la política internacional; pero vista la tendencia, creo que vamos camino de perder una guerra que nos puede llevar a un nuevo invierno cultural, social y político en la Europa de las libertades.

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