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Enrique Navarro

La libertad en América se juega en Perú

Una de las tragedias de nuestro tiempo es la asociación de los ideales de la izquierda con el comunismo, el populismo y el nacionalismo.

Una de las tragedias de nuestro tiempo es la asociación de los ideales de la izquierda con el comunismo, el populismo y el nacionalismo.
Pedro Castillo | EFE

En 1983, uno de mis periodistas y escritores favoritos, Jean François Revel, escribió un muy recomendable libro con el sugestivo título de Cómo terminan las democracias. Trataba el autor de analizar quién era más fuerte y hábil para vencer en el conflicto entre autoritarismo y la democracia. Su conclusión resultaba aterradora: las democracias, debilitadas, difícilmente sobrevivirían a los impulsos totalitarios. Este augurio pareció desvanecerse en 1989, pero Occidente, sin enemigo visible, enseguida se entregó a un hedonismo que no podía conducirnos a nada bueno. Por eso en la actualidad este riesgo resulta mucho más amenazador y peligroso.

La razón es que las democracias han continuado su proceso de debilitamiento erosionadas por la acción combinada de tres fuerzas: a) el comunismo, que lejos de ser desterrado ha sido reescrito y resurge de sus cenizas de la mano de sus principales instrumentos: el populismo, el cuestionamiento de los valores occidentales, el falso pacifismo y el tercer mundismo; b) el nacionalismo o indigenismo que creíamos muerto después de la caída de los regímenes fascistas pero que ahora ha encontrado nuevos campos abonados en aquellos territorios que hacen de la supremacía racial o lingüística su razón de estado y c) la peor de todas las fuerzas, ésta por omisión, el acomplejamiento de la sociedad occidental que lejos de resistir contra los furibundos ataques de los totalitarios, se acomoda en la creencia de que no irán a peor, incluyendo a algunos que suponíamos representantes de los valores occidentales como una parte de la iglesia y del empresariado que se suma a este ataque a la democracia occidental aceptando su derrota y que serán ajusticiados cuando llegue el momento por los totalitarios, después de haber sido contribuyentes necesarios de la demolición.

Decía Camus que el totalitarismo no se construye por las virtudes de los totalitarios sino por las faltas de los demócratas, pero esta vez nos encontramos con una amenaza directa que viene disfrazada de eficiencia y justicia social y ya estamos desarmados. La sociedad ya no dispone de poderes para contrarrestar los abusos del estado; así, de golpe y porrazo, hemos regresado al absolutismo. Y la pregunta vuelve a ser la misma de hace quinientos o mil años, ¿Quién nos va a defender del despotismo de los tiranos?

Siguiendo a lo que afirmaba Revel, una de las tragedias de nuestro tiempo es la asociación de los ideales de la izquierda con el comunismo, el populismo y el nacionalismo, un error imperdonable que deberíamos corregir los progresistas de verdad. Nada de esto se puede denunciar sin ser clasificado de derechas o fascista y ser sometido en el potro de torturas de los medios de comunicación y redes sociales.

El final de la democracia en Perú, inevitable si la sociedad democrática no se arma para defender la Constitución y el modelo económico más exitoso de los últimos veinte años en América Latina, constituirá el punto de inflexión de la derrota de las democracias al sur del rio Grande con consecuencias globales devastadoras.

Si Perú cae en el populismo sostenido por los enemigos de la libertad, se habrá demolido la línea más solida de defensa en el continente, que lo era precisamente por su éxito. Nada de lo que ha acontecido es casual. Los narcoterroristas, derrotados por el estado en el pasado con un alto sacrificio en vidas humanas, especialmente de las fuerzas armadas que salvaron al Perú de la dictadura comunista hace treinta años, han llegado al poder por la falta de fortaleza y convicción del sistema político peruano de los últimos cuarenta años, pero es el momento de la verdad para los demócratas peruanos. Deben ser conscientes de que son mayoría y no permitan que unos pocos determinen la vida de todos.

Pero no nos equivoquemos, con todas sus debilidades, la democracia peruana funcionaba basada en la ley y en la justicia y por eso es tan importante esta batalla para la defensa de la libertad. Si Perú cae, nada podría detener a la acción combinada de nuestros enemigos en el resto del continente.

Una nueva cortina de hierro se extiende desde Ciudad Juárez a Punta Arenas. El fantasma totalitario recorre el continente, condenándolo a la extirpación de los derechos individuales, conduciendo a las economías a la inanición, y todo ello para el beneficio económico de una oligarquía que se nutre de terroristas y corruptos. Moscú y Beijing gracias al brazo armado de la Cohíba dictadura y los narco-corruptos regímenes de Caracas y Managua, y con la colaboración necesaria de los ideólogos españoles que aspiran a que España siga el modelo de Pedro Castillo, han diseñado el saqueo del continente para satisfacer sus intereses.

España y Occidente deben estar muy atentos a cualquier veleidad autoritaria desde el primer momento; debe impedir que los que ayer asesinaban impunemente y exportaban las drogas hoy sean interlocutores políticos y puedan pasearse con nocturnidad por nuestros aeropuertos. Debemos salvaguardar los intereses de nuestras empresas en el país, proteger a los miles de españoles que viven y trabajan en Perú y liderar dentro de la unión Europea una política de realpolitik en América Latina que entienda el conflicto que entre Occidente y el autoritarismo se libra en todo el mundo y en particular en Hispanoamérica. No no debemos permitir que las dictaduras populistas gobiernen el continente. No se trata de una acción directa, pero sí estamos obligados a denunciar los ataques contra los derechos humanos y actuar políticamente en consecuencia. Pero difícilmente esto puede ocurrir cuando en el Consejo de Ministros hay más simpatías por Maduro, Castro o Castillo que por Biden, Merkel o Johnson.

El comienzo del fin de la democracia puede estar en curso en Perú y debemos impedir que las urnas legitimen la creación de un estado totalitario apoyado por los enemigos de la libertad. Ha llegado la hora de una acción conjunta entre Estados Unidos y Europa para acabar con los regímenes que sostienen esta involución en el continente, y la clave está en La Habana. Los cubanos, los venezolanos, nicaragüenses, argentinos, bolivianos y los peruanos no se merecen nuestro olvido ni la aceptación de unos regímenes que atentan sobre sus libertades, su desarrollo económico y social y que atienden a intereses que les son muy ajenos. No podemos perder Latino América, y si Castillo denostaba la supuesta rapiña de Pizarro, que se preparen los peruanos para lo que les espera; claro que para cuando se den cuenta, quizás sea tarde.

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