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Enrique Navarro

El virus del buenismo nos desarma ante monstruos como Putin y Mohamed VI

La guerra de Putin nos ha devuelto a la realidad. Con cada generación llegan al poder de grandes potencias hombres sin escrúpulos.

La guerra de Putin nos ha devuelto a la realidad. Con cada generación llegan al poder de grandes potencias hombres sin escrúpulos.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se reúne con el Rey de Marruecos, Mohamed VI. | Presidencia del Gobierno

Durante décadas en España, y desde el final de la Guerra Fría en Europa, fuimos inoculados por el virus del buenismo. Éste consistía en hacernos olvidar todos aquellos problemas y circunstancias que amenazaban nuestra seguridad y nuestro modo de vida, para esforzarnos en una agenda política, económica y social que resultaba a todas luces irreal.

Después de un millón de años sobre el planeta, debíamos creer que el ser humano se había vuelto bueno de repente, consecuencia del desarrollo cultural y social, incapaz de cometer el mal. Los atentados terroristas y las guerras en África se justificaban en errores o crímenes cometidos por Occidente en un tiempo pasado, antes de que nos convirtiéramos en buenistas.

Una vez con el virus en el cuerpo, todos los partidos políticos se embarcaron en este mundo de Alicia, compitiendo por quién gastaba más, por quién tenía la agenda más progresista, por quién abría más sus fronteras e integraba mejor a los diferentes. Se construían autopistas sin coches y trenes que nos unen a 300 kilómetros por hora; la seguridad social costeaba la sanidad de todo el mundo y más. No quiero decir que todo esto sea discutible, pero ¿nos lo podíamos permitir? La respuesta es sí, porque teníamos el virus de pensar que nada malo nos podía pasar que nos distrajera de esta agenda.

Mientras que nuestros presupuestos de defensa languidecían, especialmente con gobiernos conservadores, nos volvíamos dependientes de nuestros nuevos amigos. Putin era recibido en loor de multitud en el mundo libre y se convertía en un ejemplo para muchos movimientos conservadores europeos; nos empeñábamos en incrementar nuestra deuda hasta límites insospechados mientras que inundábamos el mercado de liquidez, con el único fin de no despertarnos del sueño buenista. Ya las crisis no nos volvían más pobres sino más endeudados, sobre la base de que la deuda la pagarían nuestros nietos.

En esta atmósfera, mientras que los atentados islamistas se extendían, proclamábamos la alianza de civilizaciones; apoyábamos a movimientos políticos en hispanoamérica que mezclaban el narcotráfico, la corrupción y la dependencia de nuestros enemigos. Los males de otros lugares no nos afectaban; no pasaba nada por hacer un mundial de fútbol hace cuatro años en Rusia después de haber invadido Ucrania en 2014; o por los centenares de muertos en la construcción de los estadios en Qatar, o las hambrunas en África; nosotros seguíamos en nuestro mundo de Yupi. Los programas de televisión competían en idiotizarnos, mientras que dábamos a los gobiernos carta blanca para su agenda buenista.

La invasión de Rusia en Ucrania nos ha devuelto a la realidad de que en cada generación llegan al poder de grandes potencias hombres sin escrúpulos, con una ambición desmedida y con una visión hegemónica o megalómana. Como siempre en la historia, queremos negar esta realidad hasta que ya es demasiado tarde. Hemos tenido que escuchar a un amplio espectro de políticos, militares de la OTAN y expertos de toda condición justificar la invasión; anunciar que no tenía por objetivo anexionar todo el país, alegar la manipulación de imágenes y negar lo que ha sido una constante en las guerras de Moscú, los crímenes de guerra; toda esta retahíla de despropósitos son consecuencia de la resistencia que mostramos a abandonar el virus buenista. No queremos creer que tantos estuviéramos equivocados tanto tiempo.

Ahora ya tenemos claro que estamos ante una guerra tan cruel como todas las de la historia, que un líder admirado puede convertirse en un criminal y desplegar todo su poder destructivo. Pero, por si no era suficiente, con el hecho más grave en la historia reciente desde que Hitler invadió Polonia en 1939, en España todavía somos capaces de llevar este sueño hasta sus últimas consecuencias.

El día que el gobierno descubrió las intenciones de Putin, cayó en la cuenta de que a lo mejor algo parecido podía pasarnos con Marruecos. Que todo ese arsenal militar adquirido podría tener como destinatario amenazar nuestra seguridad. Sánchez no podía permitirse que se abriera otro frente en el sur con la que le está cayendo y se decidió por lo que haría un buenista clásico: creer que podía cambiar de decisión sobre el Sahara, sin que lo pareciera; hacer concesiones a Marruecos dando a entender que era justo al revés, y considerar que la guerra latente que tienen Rabat y Argel no se vería afectada por este cambio, que debía parecer que no lo era.

¿Cómo podía pensar que Mohamed, que de buenista tiene lo justo, no se la iba a jugar ante semejante error? Le dejó en evidencia que era justo lo que buscaba. Nos corneó y ridiculizó.

¿Cómo va a renunciar Marruecos a la soberanía de Ceuta y Melilla? ¿O pensamos que Marruecos iba a abandonar una pretensión histórica como nosotros hemos hecho en Gibraltar? Después de abandonar a los saharauis, por los que no hemos hecho nada en cincuenta años; de dejar vía libre a Marruecos para anexionarse la provincia y sus aguas territoriales, de hacerle todas las concesiones que nos pedían, ¿hemos conseguido alguna ventaja para nuestro país? Ninguna. Es lo que pasa cuando se escriben cartitas desde la presidencia a un monarca que tiene el colmillo retorcido de tener que lidiar con la realidad del Magreb. Nuestra diplomacia de Playmobil hace aguas y se entera de la realidad tarde y mal y cada vez que se hace una predicción caemos en el efecto Fernando Simón.

Y en este sueño buenista, ¿por qué Argelia se iba a molestar, si todo estaba perfectamente diseñado? Pues ahí tenemos a los argelinos subiéndonos, como primera medida, el precio del gas a los españoles, por cometer la estupidez de pretender resolver un problema a costa de crear otros diez. Mientras Argelia vota en todas las instancias en favor de Rusia, nos amenaza con subidas de precios y quién sabe si con cortes de suministro; y Marruecos se prepara militarmente contra nuestros intereses, ¿en qué estamos nosotros? En la continuidad del plan buenista; donde debía haber aviones hay planes de igualdad. ¿Son oportunos con lo que está cayendo? Donde debía haber militares, hay planes de resiliencia billonarios para acelerar el ciclo inflacionario y dar un salto de una generación… al vacío, que es donde acabarán la mayoría de esos proyectos.

Con la muerte del buenismo, mueren muchas cosas y entre ellas la capacidad de engañar al electorado con medidas y realidades que son mitos, que no responden a los problemas actuales y que nos adormecen con discursos cursis e improductivos. Lo peor es que ha condenado a la legislatura, de la que quedan teóricamente dieciocho meses, a la inanición, con el gobierno obstaculizando la labor del Gobierno, con la mayoría sin pudor negándole el apoyo; manteniendo el discurso de que si hay un cambio a este caos, vendrá uno peor, pero el miedo en el cuerpo también se lo llevó la muerte del buenismo. Es un reloj que segundo a segundo, que se harán muy largos, nos encamina a un cambio de ciclo en la esperanza de que los que vengan hayan aprendido la lección.

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