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Enrique Navarro

Podemos y Syriza ¿El fin del eurocomunismo o el nacimiento del eurochavismo?

El problema ahora es que en Europa no están Churchill o De Gaulle o Juan Pablo II, sino Hollande, Rajoy y Renzi.

El problema ahora es que en Europa no están Churchill o De Gaulle o Juan Pablo II, sino Hollande, Rajoy y Renzi.

Desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta la posguerra de la Segunda, Rusia buscó una involución revolucionaria en todos los países de Europa para la implantación por la fuerza del comunismo que implicó miles de muertos desde 1917 hasta 1939, incluyendo entre ellos a los nuestros de la guerra civil y sumando los cientos de miles asesinados por la revolución soviética. Los movimientos fascistas y nacionalistas de los años veinte y treinta detuvieron aquella avalancha revolucionaria en Alemania, Italia, España y otros muchos países europeos, con un coste también muy alto, mientras que los partidos tradicionales, salvo los conservadores británicos, se echaron en brazos del fascismo como alternativa más deseable al comunismo, siendo devorados por el nazismo que inundó el mundo de sangre y destrucción como nadie lo había producido antes.

El hecho de que los partidos comunistas europeos lideraran la resistencia interna al fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, les llevó a ser la única fuerza armada organizada en la Europa de posguerra, y aprovecharon la situación y la debilidad de los gobiernos democráticos, para intentar golpes de estados revolucionarios en Italia, Francia, Grecia y otros tantos países, que fracasaron gracias a la visión de hombres como Churchill, De Gaulle y Truman que mantuvieron una fuerza militar de estabilización de la democracia en la Europa libre que contuvo el avance comunista cuando Berlín estaba a punto de rendirse al bloqueo asesino soviético.

Cuando Rusia y sus gobiernos títeres se percataron que sus fronteras de la muerte no podrían llegar al corazón de Europa, se encerraron detrás del telón de acero e iniciaron su revolución mundial en Extremo Oriente y América Latina, mientras mantenían la presión nuclear y de fuerzas convencionales sobre Europa.

Pero la Rusia comunista nunca desistió de sus objetivos en el viejo continente, y todavía con su sibilina manera de actuar como quinta columna, tuvo intentos de involución como fue el mayo de 1968, aprovechándose de un cierto descontento social, azuzado precisamente por el KGB y el partido comunista francés. Ante el fracaso de la técnica de confrontación, Rusia optó por la vía democrática de toma del poder para, desde el gobierno, implantar el comunismo.

Al premier Brezhnev se le ocurrió una idea ciertamente brillante; tenía claro que sólo una minoría muy diminuta europea quería un régimen soviético, y tuvo una idea espectacular. Hagamos que los partidos comunistas europeos se transformen, se pongan la piel de cordero, participen del sistema de elección democrática y aparezcan como enemigos del leninismo, e inventó el eurocomunismo, que tanto furor hizo en la Europa de los años setenta.

Los eurocomunistas adoptaron un programa atractivo para la izquierda europea para lo que contaron con la complicidad de la intelectualidad de la época y los medios de comunicación. El mensaje se resumía en:

Estamos en contra de la invasión de Checoslovaquia; aceptamos el juego democrático; renunciamos a Lenin, pero no a Marx; creemos en la revolución del proletariado y en el sistema comunista pero para llegar a él hay que seguir una transición que pasa por la ocupación del poder por la vía democrática; una vez instalados en los palacios de gobiernos, comenzar una política de limitación de libertades, nacionalizaciones, ocupación ideológica de escuelas etc; no discrepamos de los fines del comunismo pero si de los medios.

El gran abanderado fue el italiano Enrico Berlinguer, al que enseguida se sumaron el francés Marchais y Santiago Carrillo. Durante mucho tiempo fueron muchos los que se creyeron que se trataba de una iniciativa honesta y atractiva, e incluso llegaron a pactar con los partidos socialistas en gobiernos nacionales y regionales y apoyaron gobiernos de izquierda en muchos países.

Pero fracasaron por que el grifo de Moscú comenzó a agotarse con la iniciativa estratégica de Reagan y la revolución conservadora europea, y sobre todo por la irrupción de Solidaridad en Polonia y la llegada al papado de Juan Pablo II. La caída del muro de Berlín mostró el fin del comunismo en Europa y la apertura de un nuevo espacio de libertad, al que se sumó el nuevo gobierno ruso que tuvo que superar un golpe de estado militar comunista en 1991. Solo unos pocos regímenes como Cuba y Nicaragua se mantuvieron en la ortodoxia mientras que Deng Xiaoping abría la vía del comunismo capitalista, que es decir el liberalismo salvaje de finales del siglo XIX en versión china.

¿Pero las ambiciones expansionistas comunistas tenían sólo un trasfondo ideológico?. ¿Se trataba solo de una lucha de clases mundial como la definía Trotsky o existía una ambición nacional rusa de exportar un modelo totalitario para posicionarse como la gran potencia mundial?

La llegada de Putin al poder en Rusia, despertó los viejos sueños nacionalistas e imperialistas, pero le faltaba un soporte ideológico; sin él su política de expansión no sería posible. Y Putin encontró un nuevo ideario que se adaptaba perfectamente a su pretendido régimen, y quién le iba a decir que lo iba a encontrar en Venezuela.

Chávez, un militar, nacionalista, populista que ocupa el poder por vías democráticas para luego imponer una revolución supuestamente proletaria que permite conjugar dos aspectos esenciales para su subsistencia, unas altas dosis de corrupción que permitan un beneficio económico y la expansión del modelo y de su influencia a través de sus armas: el petróleo y la fuerza militar a otros países. Al Igual que Chávez alimentó militarmente a grupo terroristas en América Latina y compró voluntades en muchos países que aspiraban a modelos semejantes, Putin vio un modelo que encajaba con su visión de una Rusia fuerte y con influencia en el mundo. Todo esto manteniendo un sistema político aparentemente democrático, respetando el turno de la presidencia, ganando elecciones mientras se mete a la oposición en la cárcel y se silencian los medios no afines. Nada como ver al portavoz del gobierno argentino rompiendo un ejemplar de Clarín para darse cuenta de las ambiciones y hasta donde se está dispuesto a llegar.

Ambos regímenes vieron en la crisis europea originada en las turbulencias de los especuladores financieros, lo peor de lo peor del capitalismo, un fenómeno parecido al de los años setenta: decadencia del sistema, crisis económica y de valores y decidieron retomar la vieja estrategia del eurocomunismo con el eurochavismo. Quizás no habría otro momento similar en los próximos cincuenta años.

¿Qué es el Eurochavismo? Es un movimiento revolucionario impulsado y financiado por Venezuela, Cuba y Rusia, fundamentalmente, que pretende la creación de movimientos populistas de izquierda que se oponen a las medidas de austeridad de la Unión Europea que son, según ellos, la causa de la pobreza y la miseria que se extiende por Europa. ¿Sabrán ellos, sus líderes, lo que es la miseria? Una recesión que genera una legión de desheredados que no encuentran en la socialdemocracia las respuestas que les aventure un cambio radical de su estatus. Una adecuada movilización social con el apoyo, como pasó con el eurocomunismo, de los medios e intelectuales, podría generar un movimiento que tiene una oportunidad de llegar al poder para implementar su modelo en los países europeos. Es claro que Chávez no es conocido en Grecia, pero no se le puede negar la paternidad ideológica del modelo adoptado por Putin.

Sin embargo, ahora la ambición es un poco diferente. No se trata tanto de la implantación de regímenes de corte populista de extrema izquierda, sino de debilitar a Europa; esto ya serviría a los intereses estratégicos del actual régimen ruso y le permitiría consolidar un papel de gran potencia. El problema ahora es que en Europa no están Churchill o De Gaulle o Juan Pablo II, sino Hollande, Rajoy y Renzi, maniatados por los movimientos políticos de sus países, las crisis que les afectan y que pretenden mantener, como en el pasado, una entente cordial con el eurochavismo pensando que apaciguando sus iras y accediendo algunas de sus reivindicaciones que incluso dicen compartir, conseguirán mantener la estabilidad política, y no saben lo equivocados que están.

Dentro de muchos años estoy seguro que descubriremos o no, depende del éxito que tengan estos movimientos, los documentos y pruebas que acreditarán, como ocurrió con el eurocomunismo, que hubo un diseñador y que se trataba de lobos con piel de cordero.

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