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Eva Miquel Subías

A Julia

Julia García-Valdecasas ha sido y sigue siendo un ejemplo para muchos de nosotros. Su marido, Xabier, destacaba de ella el día de su despedida tres aspectos fundamentales: su fortaleza, su bondad y su sonrisa. No puedo estar más de acuerdo.

Hoy, si me permiten, voy a estar algo más triste de lo habitual. Me temo que voy a dejar aparcada la ironía para otra ocasión, intentaré mantener el tipo hasta la última palabra y evitaré dejarme llevar por un sentimentalismo excesivo. Así que Julia, procuraré no decepcionarte, porque sé que así lo habrías deseado.

Recuerdo perfectamente mi primer encuentro con ella. Al mirarla a los ojos lo tuve claro. Supe en ese instante que nuestra relación se prolongaría en el tiempo y que jamás volvería a tener el honor de trabajar a las órdenes de nadie que tuviera su categoría personal e intelectual. Y así ha sido.

Julia te iluminaba con su amplia sonrisa, al tiempo que tan sólo con una mirada te indicaba lo bien, regular o mal que en ese momento estabas llevando a cabo tu labor. Exigente como nadie de puertas adentro pero de una calidad humana excepcional, su fortaleza, generosidad, entrega y absoluta lealtad a sus convicciones y al Gobierno de España al que ella pertenecía orgullosa no siempre fueron aptas para todos los paladares, pero se la respetaba profundamente.

Vine a Madrid con ella y por ella y todavía recordamos junto a su leal secretaria y amiga Elena numerosos avatares a su paso por el Ministerio de Administraciones Públicas y no digamos en su etapa anterior, como delegada del Gobierno en Cataluña; y cómo siempre sabía mantenerse impecable hasta el último instante, en los momentos más duros y en los más dulces, con ese estilo y saber estar que sólo ella sabía trasmitir con una sobriedad y sencillez indescriptibles.

Jamás se quejó por nada ni de nadie –a pesar de tener sobrados motivos–, resistió con gallardía plantándole cara al lado más oscuro y sinuoso de la política y a la vida, luchando hasta el último minuto y derrochando elegancia en cada gesto.

La determinación y el coraje son aspectos de su carácter que dejaron huella a lo largo de su amplia trayectoria profesional pero su condición de persona estaba siempre presente, dentro y fuera del ámbito laboral. Me dirán ustedes que no estoy siendo demasiado objetiva. Pues no. Ni pretendía serlo en ningún momento. Y afortunadamente, lo sabe ella, su familia y sus amigos, porque los que la queríamos sincera y honestamente, así la percibíamos y así se lo hemos demostrado.

Muchas han sido las conversaciones íntimas que hemos mantenido a lo largo de estos años y recuerdo con cariño alguna que otra en su casa de Tuy por lo que significó para mi entonces. Hallé siempre consejo, firmeza y comprensión en momentos determinados y determinantes de mi vida, mucho más allá de su rol desempeñado como delegada o ministra, estableciendo una complicidad única y así cada una de las colaboradoras y colaboradores con los que hemos trabajado codo a codo podría contar alguna que otra anécdota tanto dentro como fuera del terreno profesional que la hacía mejor persona todavía.

No hacía ni un par de semanas que había estado con ella, en su casa, poniéndonos al día de algunos asuntos y comentando los últimos acontecimientos políticos, algo que le continuaba fascinando y seguía al detalle como nadie. Me hacía comentarios a estos artículos e incluso me llegó a lanzar alguna pequeña regañina, demostrándome que mentalmente seguía en plena forma y fiel a su personalidad.

Conceptos tan básicos pero tan en desuso hoy como la diferencia entre el bien y el mal, lo público y lo privado, el autoritarismo y la consistencia, así como su idea de la justicia los tenía meridianamente claros y los ponía en práctica a diario con una auténtica vocación de servicio público.

Julia García-Valdecasas ha sido y sigue siendo un ejemplo para muchos de nosotros. Su marido, Xabier, destacaba de ella el día de su despedida tres aspectos fundamentales: su fortaleza, su bondad y su sonrisa. No puedo estar más de acuerdo. Una señora de la cabeza a los pies. Y un estilazo imbatible. Esta columna no te la envío, Julia. Ya la has leído muchas veces.

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