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Eva Miquel Subías

De trenes y vuelos

No ayuda al Puente Aéreo que para coger un avión tengas que llegar con bastante tiempo de antelación para sortear el soporífero control de seguridad al que últimamente tienes que acceder prácticamente en paños menores.

Hará un año por estas fechas de las imágenes que todavía muchos recordamos de una peregrinación de catalanes ataviados con mochilas y rostros desesperados llegando a sus puestos de trabajo con dos o tres horas de retraso. Todo gracias a unos confortables socavones y unas vías de tren descolgadas y retorcidas, más similares a las rastas de Bob Marley que a unos sólidos raíles.

Afortunadamente ya pasó. La ministra de Fomento continúa igual de dicharachera, la Sagrada Familia sigue en pie y el PSC, tras los bochornosos acontecimientos, más propios de un país menos que subdesarrollado, volvió a ganar cómodamente las elecciones, por aquello de que la memoria es frágil y si no, ¡qué más da! Aquí no passa res de res.

Estamos leyendo estos días cifras de todo tipo tras más de medio año de la ansiada puesta en marcha del AVE; la mayoría de ellas muy positivas para RENFE y menos para el Puente Aéreo de Iberia. Permítanme hacer alguna consideración al respecto.

Cierto es que la sociedad catalana esperaba el ferrocarril de alta velocidad con los brazos abiertos, no sin un innegable afán de revanchismo hacia el Puente Aéreo de Iberia, por sus abusivos precios y por una cierta chulería, típica de quien goza de un total monopolio. Otra cosa muy distinta son los vuelos regulares, tanto de Iberia como de otras compañías que operan en territorio español, que sí ofrecen precios competitivos y con más o menos flexibilidad de horarios.

No ayuda al Puente Aéreo que para coger un avión tengas que llegar con bastante tiempo de antelación para sortear el soporífero control de seguridad –medidas que me parecen estupendas, ojo, con tal de contribuir a nuestra protección– al que últimamente tienes que acceder prácticamente en paños menores y con la medias en perfecto estado. Además, de portar en la boca la tarjeta de embarque junto al DNI y sostener en una mano la bandejita con los objetos personales (que son todos) y con la otra, la bolsita de plástico transparente con todas las muestras de cosméticos que hayas podido arramplar, al tiempo que vas dando pataditas al trolley para que vaya accediendo contigo a tu paso. Que digo yo que, entre realizar esta operación y la de entrar a través de las puertas de acceso al tren sin que nadie te pida siquiera el DNI y puedas entrar con garrafas de aceite de tu pueblo, habrá un punto medio, ¿no?

A todo esto, debo hacer un llamamiento a las empresas de cosméticos y de artículos de peluquería. Por el amor de Dios, ¿podría alguien empezar a comercializar en botecitos de menos de 100ml espumas fijadoras y potenciadoras de volumen de cabello fino de una vez? ¿Es que nadie se ha percatado de que una "espuma", como su nombre indica, no se puede verter en otro recipiente? Pues eso.

Bien, a lo que iba. Sigo en el Puente Aéreo. No hace muchos días quise regresar de Barcelona un sábado por la tarde con mi billete a cargo de mis sufridos puntillos de Iberia Plus y al intentar coger por los pelos el vuelo de las 18:00 me dicen que el siguiente ya no despegará hasta las 21:00. No sólo eso, si por un casual decides cruzar alguna de tus piernas en los nuevos asientos, podrás comprobar cómo las letras del Life vest under your seat se quedan incrustadas en tu rodilla a pesar de que el tamaño de una servidora es más que manejable. Pues tampoco ayuda a mejorar las cifras, no.

Son innumerables las ventajas que ofrece el AVE aunque algunas que se presentan como tales, sean para mi un claro inconveniente. Me refiero a los pasajeros que aporrean las mini teclas del mini ordenador, los que nos deleitan con múltiples tonos en sus celulares y a los que vociferan mientras hablan con quien sea de lo que sea y que no importa a nadie. Por cierto, en los trenes balas de Japón, que son una delicia, no se oye ni un susurro y es que, al margen del carácter pausado y zen de los nipones (país fascinante donde los haya), pude ver en los vagones dibujitos en los que se indicaba que mantuvieran apagadas las sintonías de los terminales teléfónicos. En fin, una delicia.

Por lo menos, y esto sí sigue siendo una gran ventaja, durante los 50 minutos que dura el trayecto de vuelo, no escuchas ni un sólo tono, politono y toca webs tonos de nadie, ni reggaeton, ni "mueve tu cucu, que soy tu telefonillo y no me haces ningún casito".

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