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Eva Miquel Subías

El poder oculto de los calendarios

En cuanto a los asuntos lingüísticos, aquí no pasa nada, es que en Madrid todo se magnifica, ya saben.

Otra confesión. Siendo una muy jovencita solía seguir puntualmente la retransmisión de los tradicionales debates sobre el estado de la Nación porque más allá del discurso político me entusiasmaba contemplar la capacidad oratoria de los allí presentes. Ahora ya es otra cosa, eso ya lo sabemos. Podríamos apuntar sin temor a equivocarnos que la fluidez verbal no es precisamente el punto fuerte de la gran mayoría que ocupa los escaños.

Así, siempre consideré a Miquel Roca como uno de los mejores y más brillantes parlamentarios que había alumbrado la Cámara Baja. Y, aun disintiendo de muchos de sus planteamientos, lo escuchaba atentamente. Me resultaba, cómo les diría, atractivo a mis oídos. Armonioso, afinado, quizás. Me ha quedado pelín cursi, me temo. Pero lo dejo así.

No había vuelto a oírle en mucho tiempo. Tuve, sin embargo, ocasión de hacerlo el pasado martes gracias al Foro Antonio Fontán organizado por Nueva Revista, quienes invitaron al ponente constitucional a dar una charla sobre España y Cataluña, hoy.

El título, así de entrada, ya apunta maneras redundantes. Porque, tal y como se apresuró a apuntar el ex portavoz de los nacionalistas en el Congreso, llevamos demasiados años hablando de lo mismo. Pero el enconamiento sigue al alza. Y sin previsión alguna de frenada, según parece.

Antes de proseguir les diré que lo primero que sorprende es ver cómo Miquel Roca se ha ido paulatinamente mimetizando en Jordi Pujol. Se trata de un fenómeno francamente curioso. Sus gestos, su tono, sus pausas, los estudiados y lentos arranques de algunas frases, así como quien no quiere la cosa, pero cuyo contenido tiene perfectamente calculado al milímetro. Incluso algún minúsculo tic empezaba a asomar. Interesante.

Así lo comentamos y coincidimos con quien tenía sentado a mi lado izquierdo en el transcurso de un agradable almuerzo, cuyo nombre no revelaré a pesar de tratarse de otro interesante señor quien procuró en todo momento hacer que el mediodía del martes fuera mucho más llevadero. Doy fe que lo consiguió.

Sigo. Quien fuera el eterno sucesor del Molt Honorable, decidió tras su paso por el Ayuntamiento de Barcelona situarse al frente de un importante e influyente bufete y dedicarse al derecho y al lobbismo puro y duro. En el sentido más anglosajón del término. Y bruselense. No le ha ido nada mal, no.

Debo apuntar que se mojó bastante. Tiene, como señaló un buen amigo, cogida la medida al público de Madrid al que se dirige con soltura y con buena dosis de cinismo, la misma que nunca abandonó. O más, si cabe. En eso, los nacionalistas "finos" son los mejores. Auténticos maestros del virtuosismo político, podríamos decir.

Lamentó la pérdida de la capacidad de pacto en España, al tiempo que destacó la importancia de la foto conseguida en la época como visualización de un acuerdo posible, más allá de su contenido. La música, la partitura, su letra, la desafección creciente de los catalanes –término que acuñó Montilla durante su mandato– y cómo no, el pacto fiscal, ese manto calentito en el que Artur Mas se escuda para dar su particular versión al hilo de sus posiciones supuestamente independentistas.

No en vano Jordi Pujol ha reabierto la caja de los truenos y con su ímpetu ya octogenario ha recordado que los nacionalistas "moderados" ya no tienen argumentos sólidos para ir en contra del aumento de las tesis más soberanistas. Lo tenemos lanzado desde hace tiempo, es lo que tiene ser ex presidente.

En cuanto a los asuntos lingüísticos, aquí no pasa nada, es que en Madrid todo se magnifica, ya saben. Así que se centró irónicamente en la importancia de un sistema educativo sólido y eficaz para asegurar un futuro algo mejor.

Cierto es que en ocasiones una cierta finura habría ayudado a un mejor entendimiento entre Cataluña y el resto de España. Pero la diversidad y pluralidad a la que tanto se acogen, la niegan en ciertos aspectos, como en la imposición de una lengua sobre otra sin lugar a elección en la administración y en las escuelas públicas. Y hablar de la música y de la recuperación del espíritu de los valores constitucionales cuando hay quien allí no ha dejado de tocar el trombón insistentemente es otra realidad que tampoco quiere nadie afrontar.

Sí, el tema es antiguo y cansino, pero mucho me temo que hay un lado que tiene una manía persecutoria más desarrollada y que le impide centrarse. Porque el victimismo permanente ya no cuela. Y es francamente agotador, de verdad.

Contaba Jordi Pujol en sus recientes memorias que allá por los años noventa pensaba en Miquel Roca como sucesor pero finalmente los calendarios no quisieron coincidir decantándose inesperadamente por un joven muchacho de nombre Artur Mas, con un catalanismo a prueba de puente aéreo.

Pues será cosa de las fechas y de los calendarios. Ya sabemos lo que siempre esconden. Esos destinos cruzados.

En España

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