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Eva Miquel Subías

La libertad camina con muletas

Vuelven a mí una y otra vez las palabras de Oriana Fallaci cuando nos recordaba que "hay momentos en la vida, en los que callar se convierte en una culpa y hablar en una obligación"

Un tipo con un casco negro y el rostro cubierto entra en el patio de la escuela hebrea Ozar Hatorah de Toulouse, selecciona a tres chavales y un adulto, les dispara a bocajarro y se larga por donde ha venido.

Jonathan Sandler, un rabino treintañero, profesor de religión franco-israelí fue asesinado junto a sus dos hijos, de 3 y 6 años. La hija del director del centro fue la cuarta víctima.

No tardaron en reaccionar las autoridades francesas, en plena campaña electoral y concluir que el atentado poseía un claro perfil racista. Antisemitismo puro y duro.

Dejando un segundo al margen el hecho de que los movimientos fundamentalistas como Hamas o la Yihad Islámica Palestina han lanzado más de 600 cohetes contra poblados israelíes sin que haya tenido una gran repercusión en los principales medios de comunicación europeos y españoles, gracias a la peligrosa costumbre que estamos adquiriendo en los últimos tiempos, hay una evidencia empírica y manifiesta. El antisemitismo se reproduce y expande por momentos.

Y España no escapa a ello. Más bien todo lo contrario. Manifestaciones por la guerra en Gaza donde se lanzan todo tipo de improperios contra los judíos, líderes de opinión que sin apenas disimular se colocan de canto ante estos espinosos debates o más de un supuesto y autocalificado intelectual que no duda en defender a Hamas.

No es ninguna exageración. Me limito a echar un vistazo a la hemeroteca. 

Y vuelven a mí una y otra vez las palabras de Oriana Fallacci cuando nos recordaba que “hay momentos en la vida, en los que callar se convierte en una culpa y hablar en una obligación”. Así lo creo. 

Pensé que era algo obvio que Estados Unidos liberara al mundo de las letales y terroríficas garras del nazismo, muriendo en combate junto a las potencias antifascistas, poblando las playas de Normandía de vidas norteamericanas que cruzaron el Atlántico para morir por la Libertad. Pero me temo que ya dejó de serlo.

Estados Unidos e Israel han adquirido, para muchos, forma de pelotita de goma descarga-tensiones, contra los que todo vale, todo se justifica, todo se disculpa. Y mientras, avanzan sin descanso movimientos fundamentalistas de todo tipo cuyos postulados tienen siempre un único objetivo: combatir a occidente y destruir la Libertad.

Amo la Libertad. Con todo lo que ello supone. Y los que creemos en ella, tenemos el deber de defenderla. Porque los que nos la quieren arrebatar, tienen los pasos muy medidos, la maquinaria perfectamente engrasada y la razón ausente. 

Y sí. Me siento afortunada por haber nacido en una sociedad democrática en la que los derechos fundamentales siguen siendo respetados. Me muestro profundamente agradecida. Por creer, de este modo, en todo lo que supone y entraña el concepto de Libertad y por lo que ésta me brinda cada día de mi vida.

A pesar de los temores que apuntaba John Stuart Mill al respecto de la tiranía de las mayorías sobre las minorías y por encima de todo, sobre el individuo. A pesar de que lo políticamente correcto llevado a sus extremos, pueda convertir la corrección en una oscura venda. A pesar de que hayamos disfrazado en exceso nuestros pensamientos y sentimientos siendo, en ocasiones, algo complicado reconocerlos.

A pesar de lo frágil que en ocasiones se nos presenta, sigo creyendo en ella. Y hoy, ya ven, sentía que debía decirlo. Por si acaso. 

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