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Eva Miquel Subías

La perversa utilización de la palabra

Voy a ir pidiendo a los Reyes Magos un nuevo diccionario, en su versión socialismo posmoderno, porque mucho me temo que haremos un uso frecuente de él en esta legislatura. Lo veo venir.

Una tenía muy claro que el centenar de días de rigor otorgados tradicionalmente a un nuevo Ejecutivo no se iba ni siquiera a rozar. Sabía una que la guerra dialéctica iba a dar comienzo en el preciso instante de apartar la mano izquierda o derecha de la Santa Biblia o de la Constitución. Y así, con éstas todavía calentitas, tenemos una primera polémica. Una de esas que me gustan, además.

Y mientras el nombramiento de los secretarios de Estado pendientes sigue su curso, al tiempo que en todos los estratos los machetes van cortando las ramas y los arbustos abriéndose paso en una y otra dirección, de todo le cayó a la recién nombrada ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.

Al hilo del asesinato de una mujer en Roquetas de Mar a manos de su cónyuge, al que Ana Mato calificó como "violencia en el entorno familiar", salieron en estampida las huestes feministas a poner orden lingüístico, orden verbal y orden en lo que a lo políticamente correcto se refiere.

Recordemos que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aprobó la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. El término había sido acuñado previamente en una Convención sobre la mujer celebrada en Pekín en 1995, basándose en lo que significaba el término inglés "gender" y su directa relación con la interpretación feminista del mismo. Cabría recordar aquí, asimismo, que el CGPJ expresó no pocas dudas al respecto, pero no voy a entrar ahora en ello. Entre otras cosas porque fue una Ley aprobada en el Congreso por unanimidad.

Sigamos. Ayer mismo, en un improvisado photocall justo enfrente de las puertas del Congreso, compareció la recientemente cesada Leire Pajín agarrándose casi al micro como aquél cantante que no puede reprimir sus ansias para vocalizar con estudiada contundencia: "Las palabras no son neutras. La violencia contra las mujeres no se da sólo dentro de las casas".

Y en eso, miren ustedes, lleva razón. Porque si algo ha demostrado el socialismo zapateril es que nunca ha creído en el valor de la palabra. Tampoco en la dada, en no pocas ocasiones. Y sí ha creído en su secuestro en aras de su propio interés. Solidaridad, progreso, ecología, tolerancia, conceptos todos ellos que la izquierda ha patentado como si fuera su dominio original y los demás, simples mortales, parece que debamos solicitar un permiso para su uso.

Sin embargo, en esa "violencia de género" no sé si se contemplan las agresiones entre parejas del mismo sexo. Y una se pregunta si un señor o señora homosexual, al ser agredido o agredida por su pareja, no debería tener los mismos derechos que la mujer heterosexual. Digo yo.

Aunque a diferencia de la Sra. Pajín, una servidora siempre ha creído más en los hechos que en las palabras. Vamos, si yo les contara. Pero no viene al caso en lo que también me gustaría ahora profundizar.

Porque lo que importa realmente es combatir de manera efectiva este tipo de asesinatos, elaborando para ello serios y operativos planes de prevención y continuar en la lucha contra estas brutales agresiones.

Aunque en el momento de llegar a este párrafo, leo la siguiente noticia: "La ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato, ha condenado el último caso mortal por violencia de género ocurrido anoche en la localidad sevillana de Marchena".

Lo dicho. Voy a ir pidiendo a los Reyes Magos un nuevo diccionario, en su versión socialismo posmoderno, porque mucho me temo que haremos un uso frecuente de él en esta legislatura. Lo veo venir.

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