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Eva Miquel Subías

La sonrisa de la conspiración

Hay algo con lo que muchos ya no cuentan y no hay que perder nunca de vista. La resistencia de José Luís Rodríguez Zapatero. O su osadía, que es incluso más potente.

El vice está de moda. Así es la política. Un día estás en la cima, al día siguiente desciendes al campamento base y el día que menos te lo esperas, apenas puedes echar mano de un piolet porque alguien se lo llevó sin avisarte. Pregunten, si no, a la hasta hace bien poco rutilante vicepresidenta del Gobierno el fresquito que se puede llegar a pasar fuera de la política, esa mantita de cashmere y mohair que te mantiene a una temperatura muy por encima de la que ahora denominan sostenible.

Alfredo Pérez-Rubalcaba, sin embargo, lo sabe. Lo supo hace mucho tiempo, allá por la década de los ochenta, cuando se inició en el apasionante mundo del felipismo. Allí fue donde se curtió donde coloreó con un Staedler fosforito hasta hacerla suya aquella maquiavélica reflexión sobre la seguridad que te da el ser temido sobre la de ser amado para la fructífera supervivencia. Vaya si lo sabe.

Ahora le ha tocado a él. Su sonrisa a medio terminar todo lo explica. Sí, pero no. Encantado pero prudente. Con el ego bien rellenito pero tocando con los pies en el suelo, porque ya se lo conoce. Almuerzos, cenas, desayunos y tentempiés a media tarde dejándose querer. Regalándose a sus oídos palabras bonitas, halagos facilones, llamadas y correos electrónicos a destajo. Los pelotillas de turno y los que pensaban que no lo eran, zascandileando a su alrededor ensalzando sus virtudes e ignorando sus defectos. Soy la pera limonera –expresión ésta que nunca he acabado de entender–, pensará nuestro amigo hasta llegar a casa, donde siempre aguarda tu familia para ponerte en tu sitio.

El vicepresidente del Gobierno se ha convertido sin duda en el ángel de Victoria´s Secret. La Heidi Klum de la política española.

Ahora vuelvo. Inciso en el puente aéreo. Les diré que otro gran conspirador, pero en su versión catalana, es decir, soft, ha comunicado que se retira. El hombre en la sombra de Artur Mas, su mano derecha, su amigo y leal consejero, David Madí, ha dicho prou. Ha conseguido cual sherpa guiarle hasta la cumbre y ahora desciende para emprender empresas privadas. Confieso que me ha sorprendido. Y me ha gustado.

Ya estoy aquí. Puntualidad absoluta. Sigamos pues con el total look Rubalcabiano. Y recordemos a otro ángel cuyas alas parecen haberse encogido por no haberlas lavado con Norit. ¿Recuerdan el nombramiento de José Blanco? ¿Recuerdan las decenas de columnas y artículos al respecto? Pues vayan tomando nota. Porque quien le ha arrebatado las riendas del prolongado estado de alarma para controlar a los controladores no es otro que el otro. Así que vaya pidiendo pashminas a los Reyes. Este es mi consejo.

Pero hay algo con lo que muchos ya no cuentan y no hay que perder nunca de vista. La resistencia de José Luís Rodríguez Zapatero. O su osadía, que es incluso más potente.

Cierto es que su mirada acusa agotamiento. El color verde esmeralda de sus ojos no brilla como antes, las entradas se van perfilando y las arrugas empiezan a asomar. El coste físico del poder es evidente. Pero sigo pensando, como ya apunté en ocasiones anteriores, que no hay que subestimarlo, ni pensar en ningún momento que vaya a hacerse a un lado, admitir cabizbajo sus letales errores y cederle el trono a su ahora favorito. Francamente, no creo que ni tan siquiera se le haya pasado por la cabeza.

Porque la sonrisa del presidente de Gobierno sigue siendo amplia. La dibuja con un trazo inmaculado y no da puntada sin hilo. Y a pesar de que –en mi humilde opinión– una servidora siga creyendo que ZP es de los que prefiere ser amado antes que temido –permítanme que conserve intacta mi parcela de ingenuidad de la que tanto me cuesta desprenderme– sigo convencida de su autoconvencimiento de que está llamado a hacer de éste  un mundo mejor.

Pero lo que tiene más claro por encima de cualquier otra consideración es el horizonte que, en su caso, se dibujará una vez abandone La Moncloa. Sabe mejor que nadie que ese horizonte es mucho más gris que el que tiene ante sí España. Y que poca leña seca quedará para echar al fuego y abrigarse. Porque todos, empezando por el vice, andarán ya muy lejos.

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